Raimundo FITERO
Fin
Los médicos parecen tenerlo claro: cuando se paran las funciones básicas de un cuerpo, se ha producido la muerte. Es decir se ha acabado la vida. Los forenses de “CSI” a veces discuten sobre ese tránsito en términos que no puede atraparse en un código civil. Quizás en el criminal o en el moral. Pero si nos colocamos en ese preciso intersticio, cuando nos abandonamos a los fluidos mecánicos y líquidos de nuestro cuerpo, ¿cuándo empieza a hacerse insoportable la vida? Otro caso de una supuesta ayuda al tránsito de un ser pentapléjico, nos coloca en la televisión las opiniones más crueles. La banda de los creacionistas, esa secta basada en la muerte y la resurrección, acusan poco menos que de asesinato a quienes, o quien haya decidido apagarle el respirador mecánico a una persona que había dejado constancia reiterada de que consideraba que su existencia no la consideraba como una vida soportable. Apagar el equipo asistencial, con el consentimiento y reclamación del sujeto afectado, es un acto de amor, de fraternidad, de solidaridad. Nunca puede considerarse como un acto criminal. En “los desayunos de la TVE” vemos a una espléndida mujer madura que es una especialista en el asunto, dando unas razones de manera didáctica para reclamar la reglamentación fuera de las normas morales sectarias sobre estos asuntos. Porque la situación es bastante más habitual de lo que parece. Y, claro está, existen cientos, quizás miles de afectados por minusvalías de esta índole que soportan su existencia vegetativa, pero en este caso que nos ocupa, el sujeto aceptó durante varios años su situación, pero llegó un día en que dijo basta, no vale la pena, pero no podía, tristemente, ni desenchufarse. Y un ángel le ha ayudado. Si se regula la eutanasia, y todo cuanto ello comporta en libertad y sin hipocresía, se habrá avanzado mucho en las libertades individuales. Y quisiera recordar que no es obligatorio. Como no lo es casarse, ni sacarse el carné de conducir, ni abortar, ni comprar pisos. Pero ya que no nos dejaron elegir ni el principio, ni el título, queremos poder elegir sin presiones el momento en el que colocamos el fin. -
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