Premio Pulitzer en 2003, esta pieza tiene aromas caribeños, tropicales, aires de melodrama decimonónico, textura de tragedia, forma de drama, momentos de parodia. Se sustenta en una estructura muy hábil, clásica, lineal, en una puesta en escena ajustada a los intereses generales de la producción y a un reparto que defiende con verdad escénica toda la carpintería, los dibujos de unos personajes que se van autodefiniendo conforme avanza la obra.

Hay una trama sentimental, otra amorosa, una pasión, un recuerdo, una plasmación de un tiempo que parece acabarse. Nostalgia trufada de esperanzas de futuro. Y una industria de tabacos en donde la confrontación se mide entre la artesanía y la maquinaria. En medio de este clima, un lector, una figura que ha sido fundamental en esa manufactura, alguien que lee novelas mientras los obreros y operarias van liando los puros, dentro de una trama colateral que lleva a una sublimación del humo del tabaco como expresión del placer. Y surge el amor secreto, el lector enamora a las dos hermanas, y de ahí el conflicto, que viene ya señalado por la tendencia del dueño al juego, por la visión de futuro del supuestamente malo, prestamista y traumado por el abandono de su mujer. Al final, la tragedia. Dos tiros certeros. El lector es el primer sacrificado en la industrialización de la fábrica y parte del conflicto. Pero es un asunto trágico porque está la pasión atravesando el ambiente. Y después el silencio.

El reparto tiene el texto muy bien interiorizado, incluso quien ha sustituido. Hay química entre ellos, Lolita da la talla, su personaje está bien compuesto, pasional pero muy contenido, como toda la obra, que dirige el propio autor, y la deja siempre en un tono alto, sin desbordarse, para que ayude a la reflexión sobre los subtextos. Resuena la lectura de Ana Karenina entre volutas de humo. -

Carlos GIL