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Gara > Idatzia > Jendartea 2006-07-11
Martin GARITANO
La entrevista con el juez
La vida sigue igual (XIX)

A las ocho y cinco todo había terminado. Sergio descorrió el pestillo de la habitación y, tras despedirse con amabilidad de la propietaria del piso, se dirigieron a la Plaza del Castillo. Antes de llegar, se detuvo en medio de la multitud que abandonaba las inmediaciones del encierro:

­Mila, vos y yo tenemos que hablar de lo que ha ocurrido, ¿no creés?

­Otro día, Sergio, otro día. Ahora estoy muy confusa. No sé cómo ha podido pasar.

­Lo siento de veras. A mí me pareció muy lindo. Disfruté bárbaro.

­Yo también he disfrutado mucho, Sergio, pero este no es el momento de hablar de eso, Gotzon y el resto estarán esperándonos. Ya hablaremos a la vuelta y, sobre todo, ni una palabra nadie.

­Por supuesto, Mila, por supuesto.

Gotzon, Xuxú, Miren y Huesitos seguían en la terraza donde habían tomado asiento hacía poco más de una hora. Miren y Huesitos disfrutaban del primer resol de la mañana mientras Gotzon y Xuxú seguían cabeceando, adormilados, frente a las tazas vacías de chocolate.

­Estos ¿qué? ¿Siguen roncando?

­Déjales un ratito más, mujer. Además Gotzon tiene que conducir a la vuelta. Será mejor que duerma un poco. No vayamos a tener un percance o nos paren en un control de alcoholemia.

­Sólo nos faltaría eso. Lo que tenía que haber hecho es dejar de beber a una hora. No se puede tomar el último gin tonic cuando te están sirviendo el desayuno...

Huesitos le dió la razón:

­Eso es verdad. El chofer, pues... es el chofer. Ahora, a esperar a que espabilen. En cuanto se despierten, un café cargadito y carretera y manta. Igual llegamos a tiempo para echar unos potes a mediodía en el pueblo.

­¿Ya estás pensando en tomar potes a mediodía? Pero si llevamos ‘soplando’ desde ayer por la tarde... desde luego, lo tuyo es como para la Antología del Txikiteo...

A esa misma hora, Simón ponía en marcha el coche que le había prestado Kokoloko para ir a Bergara y entrevistarse con el juez. Confiaba en que Santiago Cañizo le concedería un rato.

­Buenos días, quisiera hablar con el juez Cañizo.

­Su Señoría está ocupado ahora con una vistilla, pero le puedo decir que preguntan por él. ¿De parte de quién?

­Dígale que soy Don Simón, el párroco de Uriondo.

Alarma social

Pasada media hora Simón tomaba asiento frente al juez.

­Pues bien, usted dira...

­Mire yo quería hablar con usted de los dos crímenes que han ocurrido en nuestro pueblo en tan breve espacio de tiempo. Entienda que la población está alarmada: un asesino anda suelto por las inmediaciones del pueblo; detuvieron al bueno de Josefo y, para colmo el segundo muerto aparece en el interior de la ermita de Santa Ana, con la puerta cerrada y la cerradura sin forzar.

­Entiendo todo lo que usted me explica, pero no sé qué es lo que puedo hacer para que ustedes se tranquilicen. La investigación sigue su curso. Se puede imaginar que casos así no se resuelven de un día para otro.

­Por supuesto que lo entiendo y hasta imagino que habrá cosas que usted sepa y no pueda contar, pero necesitamos algunos datos, no sé... Se comenta que también hubo otra detención. Lo vio el kiosquero. Lo peor en estos casos es el secretismo, porque da pábulo a las habladurías y eso en un pueblo pequeño...

­Tiene usted razón, pero yo me tengo que limitar a dar a conocer lo que no esté bajo secreto y ahora mismo sólo puedo confirmarle que sí, que hubo otra detención relacionada con el caso. Se trata del joven que convivió con Amhed en casa de Barrenetxe. La Ertzaintza lo había detectado un par de días antes y lo detuvieron cuando merodeaba en las inmediaciones de la casa de Barrenetxe. No había ninguna prueba de cargo contra él y lo puse en libertad.

­Y, ¿qué se sabe del segundo muerto?

­Pues sabemos que es un joven de nacionalidad francesa, que había tenido problemas con la Justicia allí y que el arma hommicida es, probablemente, el mismo cuchillo que emplearon en el primer caso.

­¿Emplearon? ¿Por qué usa el plural?

­Pues porque, seguramente también, los asesinos eran dos. Lo suponemos por las marcas de presión que presentaban los dos cadáveres a la altura de los tobillo y las muñecas. Parece que uno sujetaba las piernas y el otro las muñecas y el cuello. Pero como puede comprobar, aún son sólo suposiciones y un juez no puede dejarse llevar por la imaginación. Esa es la razón por la que no ha trascendido más información. Le ruego, por tanto, que sea discreto con los datos que le he aportado.

­Por supuesto. Por mi parte le pido que me haga saber cualquier novedad en relación al caso de Santa Ana. Eso salpica también a la Iglesia...

­Descuide. Si hay novedades se las haré saber.

Simón abandonó el Palacio de Justicia con aire de preocupación pero un tanto más aliviado por saber que ni el segundo muerto ni el detenido tenían relación directa con el pueblo. Tal vez fuera injusta la apreciación pero, pensó, es inevitable.

Al llegar a Uriondo se dirigió directamente al Gureak, a devolver las llaves del coche a Kokoloko.

­Aquí tienes las llaves. Muchas gracias. ¡Ah! le he puesto gasolina...

­No te tenías que haber molestado, hombre. Si yo apenas lo uso.

­¿Ha habido novedades hoy?

-Bueno, que ya han regresado los expedicionarios de San Fermín. Han estado hace un rato, unos cinco minutos, o sea que les encontrarás en el Itsas Alde. Dicen que lo han pasado muy bien.

­Ya les alcanzaré más tarde. Primero tengo que hacer una gestión. Por cierto, ¿no habrás visto a Josefo esta mañana?

­Pues...no Esta mañana no ha venido. Tampoco viene todos los días. Estará en la sociedad.

Simón se despidió y enfiló hacia Ur Gain. Le extrañaba que Josefo no supiera que habían detenido al compañero de Amhed cuando rondaba su casa. Barrenetxe estaba, en efecto, en la sociedad.

­Aupa Josefo, vengo de Bergara y quería hablar un momento contigo...

­Ya sé de qué quieres hablar.

(CONTINUARA)


 
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