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Gara > Idatzia > Iritzia > Gaurkoa 2006-07-18
Mikel Arizaleta - Traductor
Setenta años

Hoy hace setenta años que en el Estado español se dio un golpe militar contra la II República. La bota militar de los golpistas originó una larga guerra de tres años y miles de muertos. Y la derrota de los republicanos supuso 40 años de dictadura y fascismo. En palabras del historiador Julián Casanova: «las victorias militares en las guerras civiles van casi siempre acompañadas de masacres, genocidios, abusos impunes de los derechos humanos y otras mil atrocidades». Había que desinfectar el solar patrio y la purga duró cuarenta largos años. Y fue así de cruel.

Y a partir de 1975 treinta años de «tutti frutti», de estado bananero, de Suárez..., Felipe, Aznar y Zapatero, del que todavía no hemos salido. Quien es abertzale y de izquierdas y nació en el 36 lleva setenta años preso en su tierra.

Yo nací en Navarra, en una familia requeté en la que se leía “El Pensamiento Navarro”. Oí de pequeño que en un campo, junto a la carretera, los requetés asesinaron una noche del 36 a un señor rojo. Y, como fue malenterrado, sus huesos aparecían de vez en cuando, como recuerdo y denuncia, al sembrar el trigo o la remolacha.

Luego, más tarde, leí en el hermoso y terrible libro “Navarra 1936” de Altaffaylla, en la página 386, que el asesinado en la tiniebla era Hipólito Indart, nacido en otro pueblecito diminuto navarro, en Eguaras. Los de Sarasate, por entonces, éramos de misa de domingo y rosario casi a diario, de bacalao de la Pysbe y abadejo del tío José los viernes de cuaresma y, en ideas, de El Pensamiento Navarro. Y, claro está, aprendimos mentiras en la escuela y en la vida. Nos hablaban de Franco, de Queipo de Llano, de Sanjurjo y Mola, de Jaime del Burgo... Estábamos gobernados por un puñado de asesinos y matones.

No fue ni la escuela, ni el cura, ni el Pensamiento navarro ni, tampoco, la familia.... A mí ETA ­a la que algunos llaman banda­ me descubrió que Euskadi es un pueblo, una nación. En aquel entorno mi madre olvidó su euskera de Iriberri. El PNV yacía desde años dormido y, como siempre, tarde, me enteré del PCE, de la CNT, del Jagi-jagi y del ANV de la República por algunos libros de cuarto trastero y por conversaciones con gente marginada. Me hablaron del PSOE de entonces gente desilusionada con el PSOE de hoy.

Soy agradecido. A mí ETA me abrió los ojos. Y comencé a mirar la historia de otra manera, sin anteojos y no al dictado. Y descubrí a los libertadores y a los opresores de Euskal Herria. Porque ya es hora, como dice el historiador Lorenzo Espinosa, de que «hablemos de la participación vasca en la guerra como nacionalistas y no como colaboradores sacrificados del gobierno de España».

He asistido a distintas charlas de familiares e historiadores, revindicando «la memoria de lo ocurrido» ¿Cómo fue posible tanta crueldad y tanta muerte? Mi tío Jacinto ­un campuzo en barbecho­ murió matando vascos en el monte Kalamua de Markina, enardecido por la soflama de Mola y el apoyo de la Iglesia. El mundo faccioso campeaba por Europa: Hitler, Mussolini, Franco... con la bendición de Pío XII y sus obispos cruzados. Y en Navarra, donde no hubo guerra pero sí gran matanza roja, los revoltosos enseñaron sus ideas, su ética y su hombría asesinando a 3.000 y muchos en cunetas, simas y paredones.

Eso sí, como decía José García Carranza, colaborador de Queipo, y lo confirmaría Gumersindo de Estella en su Diario de cárcel: «nosotros hemos fusilado a muchos, es verdad, pero confesándolos y comulgándolos, y ellos, no. Ya ven ustedes la diferencia». Efectivamente, dos balazos en un ribazo y «pa Cristo un credo» era su despedida. Julián Casanova en su libro La Iglesia de Franco lo ilustra con detalle.

Soy de los que he tenido que leer la historia de delante atrás y llenar el vacío de una instrucción mendaz, he revisado la revuelta militar a posteriori. Fui de los que entendí a Franco desde Pinochet, la proliferación de monjas en la posguerra desde el secuestro de niñas a padre rojos..., a Isidro Goma... desde Rouco Varela, a José Antonio... desde Aznar, a Felipe Acedo Colunga... desde Fungairiño.

He visto el miedo, el hambre, el silencio, los ojos de espanto de aquellas gentes en los rostros del campo de concentración del Guantánamo. Y la cárcel de Abu Ghraib me ha sonado muy cercana, sus quejidos y torturas tienen tonos y semitonos parecidos a los de las comisarías de la guardia civil española y la ertzaintza. ¡La misma maldita tortura de los mismos torturadores cabrones!

Y viendo la actuación criminal de libro de Bush y su USA comprendo las historias de la Edad Media y la de los emperadores absolutistas y criminales de antaño; observando la hipocresía y el silencio cómplice y asesino de los gobiernos europeos y la ONU ante guerras interesadas y grandes matanzas actuales..., viendo el antisemitismo de Israel en contra de los palestinos... entiendo cada vez más Auschwitz, Dachau y las bestialidades de la Primera y Segunda Guerra Mundial; viendo a teólogos zarandeados y castigados en nuestros días, como Marciano Vidal, Hubertus Mynarek o Karlheinz Deschner, entiendo la Inquisición, el porqué Giordano Bruno fue a la hoguera y por qué, a pesar de todo, siguieron tañendo las campanas de la Iglesia y abiertas las puertas de las Universidades. Igual que la gente de antaño también yo me pregunto por qué nuestros gobernantes siguen siendo hoy tan criminales, tan mentirosos y cobardes. Y como a Martín Niemöller, aquel de los versos: «cuando los nazis vinieron a por los comunistas/ me callé/ yo no era comunista... Cuando vinieron a por mí/ fue ya tarde», también a mí me indigna el silencio espeso de muchos hombres y mujeres de nuestros días, me asquea mi propio silencio de iniquidad ante la gran masacre de nuestros tiempos.

No, la historia criminal del cristianismo, por desgracia, no es ninguna boutade ni, tampoco, agua pasada. Como nos muestra el golpe de Estado del 36, «la Iglesia católica española pasó factura a los rojos y consumó una larga y cruel venganza. Nada de ejemplar hay para ella en ese pasado» por mucho que siga beatificando a «sus mártires de la Cruzada».

Setenta años dan para mucho, también para pensar y hacer balance. Al escribir estas letras observo a Huda, esa niña palestina huérfana de 11 años. La rabia y el sionismo de Israel han asesinado a toda su familia en una playa arenosa de Gaza. Me siento como paralizado, impotente, resignado, indignado ante tanta masacre, ante tanta sangre vertida en todos los rincones del orbe. La guerra mata, enloquece la razón humana y deshumaniza a la mujer y al hombre. Y aunque es verdad que los antropólogos recuerdan que no hace mucho bajamos del árbol, nuestra crueldad sigue siendo de malas bestias, arrastramos siglos y regueros de inhumanidad.

La misma mentira y maldad de Franco y la Legión Cóndor, que en el 37 se hicieron patente en la destrucción de Gernika y sus gentes, se han hecho en Irak guerra, masacre, tortura y dolor mediante Bush, Blair y Aznar. Una nueva guerra: la misma mentira, el mismo lamento, las mismas lágrimas amargas de hombre, mujer y niño, los mismos criminales de siempre paseándose por las calles de nuestras ciudades y escupiendo mentiras. Un mundo, que se retuerce de dolor agudo, y ese silencio sonoro e insolente, eco cobarde de una humanidad enmohecida. ¿Y nosotros, otra vez leyendo la historia a posteriori? ¿Escuchando el dolor del ayer en el lamento del hoy? Es verdad, muchos hemos entendido la revuelta militar del 36 a la luz de imágenes de dolor, sangre y desconsuelo posterior. Pero cabe otra solución: Escupamos a los criminales, arrojémosles a la papelera de la historia y labremos nuestro futuro, un futuro humano para las gentes desde la racionalidad y no desde la impotencia y el silencio.

¡Construyamos el mañana desde un hoy activo, humano, racional y solidario; y expliquemos el futuro con una sonrisa de vida y fiesta y no desde una mueca de desprecio y muerte!, es el grito, que nos lanza Emilia de la Bodega, la amuma de los presos políticos vascos, desde su atalaya nonagenaria de 18 de julio en este proceso abierto a la esperanza. Este 70 aniversario es un puño en alto contra la barbarie de entonces y de ahora. Un grito de humanidad y un compromiso de vida. -


 
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