Huesitos esperaba en el Itsasalde frente a una generosa copa de pacharán. Xuxú se fijó en la cantidad, más o menos el doble de lo habitual, recordó el comentario de Miren e hizo una observación:

­Joder, Huesitos, menudo copón te ha servido Koldo. Luego dices que le tienes paquete.

­La verdad es que me haría un favor si me la sirviera más pequeña, pero...

Xuxú no insistió en el tema. Si quisiera decirle algo, ya se lo diría. Además, el tema que les reunía le tenía intrigado.

­¿Qué me cuentas de hoy a la mañana? ¿Has visto al tipo?

­No a él no le he visto, pero ha estado en la casa de Josefo. He visto la luz.

­¿La luz? Cuenta, cuenta...

­Pues poco después de que Sergio y tú marcharais a pescar me he dado una vuelta y, al acercarme a casa de Josefo he visto una luz, pequeña, como de linterna, en el tragaluz del desván. La luz se movía, o sea que había alguien allí.

­Y tú, ¿qué has hecho? ¿Has entrado?

­No. La puerta estaba cerrada y, además, me ha entrado un tembleque... He corrido hasta la inspección y he avisado a Sixto, el alguacil. Hemos regresado los dos, pero la luz ya no estaba. Hemos rodeado la casa, pero todas las contraventanas estaban bien cerradas. No parecía que se hubiese forzado nada.

­¡Menudo misterio, chico! Habrá que ir a Basalur y hablar con Josefo. Lo mejor será que nos deje las llaves y entrar a echar una ojeada, ¿no te parece?

­Sí, pero será mejor avisar también a Sixto, a fin de cuentas él es policía municipal. No sabemos lo que nos podemos encontrar ahí o con quien nos podemos topar. Habrá que tomar medidas de precaución. En este asunto ya hay dos fiambres. No quisiera ser el tercero...

­Vale, pues mañana por la mañana nos presentamos en el caserío y hablamos con él.

­Y habrá que hablar también con Simón, no vaya a ser que su hermana le diga que hemos estado allí y se mosquee.

­Bien. Ya hablaré yo con él luego, en el poteo. Hala, termina el copón y vamos a la sociedad. Gotzon y Juanjosito estarán esperándonos

En casa de Xuxú, Miren y Sergio, tumbados en el sofá, guardaban silencio. Al final, fue Sergio quien inició la conversación:

­Ha sido fantástico, Miren, pero no podemos...

­Calla. Si lo que quieres decir es que soy una mujer casada, que te llevo casi veinte años y que eres amigo de Xuxú, no hace falta que lo digas. Eso ya lo sé. Pero no me dirás que no ha estado bien...

Sergio acompañó con una sonrisa al guiño cómplice de Miren:

­Ha sido fantástico, ya lo he dicho, pero no podemos repetirlo. Es una temeridad y una insensatez.

­Pues sí, pero es tan rico...

Se asearon, vistieron y dispusieron todo para preparar la cena. A lo largo de la tarde no volvieron a hablar del tema. Sólo al final, cuando salían de la casa y Miren le volvió a besar.

­Pero, Miren... Habíamos quedado en que...

­Chsss. Calla. Ya hablaremos otro día.

En Ur Gain los cuatro jugadores discutían sobre la última partida.

­Desde luego, no sé para qué jugáis a cartas. Si os pasáis la tarde discutiendo. Mejor si aprovecharais el tiempo como nosotros, para hacer algo de provecho.

­La verdad es que aquí, el pibe, se ha convertido en el cocinero oficial de la cuadrilla. Y la tortilla de patatas, la borda.

­Aprendí allá, en la Argentina. Mi amatxo las hacía riquísimas. En casa siempre comimos al estilo vasco.

­Pues si no consigues trabajo en la gestoría, puedes dedicarte a la cocina. Aunque sea haciendo pinchos en algún bar. Eusebio, el del K.O. siempre se queja de que la gente joven no quiere trabajar en la hostelería y su mujer está hasta el gorro de preparar los pinchos. Quiere jubilarse de una vez. Si quieres, podemos hablar con él.

­Bueno, bueno. Sin prisas. Aún no me rechazaron en la gestoría. Si no sale nada, ya veremos.

A Sergio le quedaban aún algunos ahorros y en casa de Simón la manutención no le costaba ni un céntimo, así que no tenía prisa por empezar a trabajar.

A las siete menos cinco, Huesitos empezó a dar muestras de nerviosismo. La mesa estaba aún sin recoger y Xuxú se eternizaba repasando una y otra vez la cuenta de gastos:

­Venga, hombre, que nos van a dar las mil y monas. Y vosotros dos, a ver si os ponéis las pilas y recogéis esta mesa. Yo voy a poner a refrescar la sidra para la cena.

­De paso saca el carbón. Habrá que hacer brasa para asar las muxarras que hemos pescado Sergio y yo.

­¿Qué? ¿Para tres puñeteras muxarras? A la sartén y fuera.

Los temores de Huesitos se disiparon cuando, a las siete menos un minuto los seis cruzaban la plaza en dirección al K.O. Gotzon bromeó:

­Mira, mira cómo corre Huesitos. Parece la Cenicienta a las doce menos un minuto. Tranquilo, hombre que la carroza no se te va a convertir en calabaza.

A las siete en punto, con la puntualidad con que Julio Verne describió la entrada de Phileas Phogg en el club londinense donde le esperaban tras su viaje alrededor del mundo, Huesitos se presentaba ante los parroquianos:

­Señores, hemos llegado.

­Pareces Tarradellas cuando regresó del exilio y grito aquello de ‘Ja soc aquí’

­Pero aquel fue puntual un día y yo siempre llegó a la hora.

­Sí, llegas puntual al txikiteo porque por las mañanas, cuando hay que madrugar...

­Es que madrugar es malo.

­Pues el refrán dice que a quien madruga, Dios le ayuda.

­Eso se lo inventaron los curas. El refrán original es otro.

­¿Cual...?

­‘El que madruga, duerme menos’ Lo demás son chorradas.

­Eso díselo a Simón cuando llegue.

­Si, además tengo que comentarle otro asunto...

(CONTINUARA)