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Gara > Idatzia > Kultura 2006-07-27
41º FESTIVAL DE JAZZ DE DONOSTIA
Vendaval de sonidos

En sesión matutina y rodeados por la amena naturaleza del Chillida Leku, comenzamos la penúltima jornada del Jazzaldia disfrutando de todo un grupo legendario de la primera fusión con las músicas étnicas en los 70: Oregón. Creadores de una importante obra discográfica, su sensible y sutil integración de varias tradiciones musicales anteriores, en especial la india, les hizo merecedores de un resonante éxito. No era ajeno a ello su extraordinaria versatilidad como instrumentistas. Sus cuatro componentes llegaron a tocar más de sesenta instrumentos.

Aunque nunca dieron demasiada importancia al blues y al swing como formas de organización rítmica y tonal, concedieron siempre un papel preponderante a la improvisación. En su concierto, además de temas históricos de Ralph Towner o Paul MacCandless, escuchamos alguna pieza repentizada en el momento, de primorosa ejecución. Estos sublimes veteranos conservan su sonido característico y atesoran todavía manantiales de creatividad dispuestos a fluir en cuanto les den ocasión.

Llibert Fortuny

En la plaza de la Trinidad tocaba sesión doble de big bands. Llibert Fortuny, el más pujante de los jóvenes altosaxofonistas actuales exhibía su tercer proyecto musical y discográfico estrenándose como líder de una gran formación rebosante de primeras figuras del jazz peninsular. En el concierto hubo brillantes adaptaciones para gran banda de su anterior disco (“Revolts”), ritmos contrastados, retazos de los más diversos materiales musicales y abundantes citas (de sintonías de TV, canciones pop, etc.). Fortuny se lució en algún solo demostrando su poderío como improvisador, pero la banda quedó desaprovechada. Inmersos en el conjunto, apenas pudimos disfrutar los tonos distintivos de músicos como Jon Robles, Gim G. Balasch, Chris Kase o David Pastor, por poner algunos ejemplos de la calidad que abundaba en los atriles. No tuvieron la oportunidad de efectuar ningún solo. Por otro lado, dio la impresión de que la big band no añadía elementos significativos al discurso que ya desarrollara Fortuny con su quinteto eléctrico.

A continuación, Mathew Herbert, un mago de los teclados electrónicos, nos ofrecía su show basado en distorsiones de sonidos y buenas dosis de humor. La suntuosa big band que le acompañaba, y la swingueante vocalista, fueron el necesario complemento a las continuas “boutades” de este inquieto manipulador acústico. Su hilarante destrozo colectivo de un ejemplar del diario “La Razón” para jugar con los sonidos del papel rasgado, fue un momento impagable. ¿El cóctel sonoro al que asistimos era jazz? Difícil responder a esta pregunta. En cualquier caso, se escuchó potente y, a ratos, divertido. -

Javier ASPIAZU



El principio de Heráclito

Indudablemente, la visita del trío de Keith Jarrett no hace más que reafirmar las consideraciones que Platón atribuía a Heráclito ­otros las consideran más propias de su discípulo Crátilo­ de que «todo fluye» y de que «no se puede bañar uno dos veces en el mismo río».

Lo cierto es que a veces resulta un tanto difícil escribir la crónica de un concierto, pongamos el caso de Keith Jarrett, por miedo a repetir los elogios que a lo largo de los años el crítico ha ido dejando grabados en las páginas de este diario, con motivo de las numerosas visitas que el pianista de Pennsylvania ha realizado a Donostia.

El del pasado martes fue un concierto muy distinto a los que nos tenía acostumbrados Keith Jarrett, pero eso juega más a su favor todavía. No se trataba de una nueva sesión introspectiva, sino justamente todo lo contrario.

Nunca hemos visto a Jarrett tan feliz y tan alegre sobre un escenario. Las miradas a sus compañeros, las sonrisas dirigidas al público, el repertorio elegido, sus movimientos sobre el escenario, los dos bises con que nos obsequió, todos esos elementos nos daban a entender que el estado de ánimo del artista también influye a la hora de sentarse ante un piano, en presencia de 1.700 personas.

En cualquier manifestación artística podemos hablar siempre de un instante en el que la obra queda ya definida. Tras un proceso de elaboración, un cuadro, una sinfonía, una fotografía o una película quedan rubricadas para siempre.

El jazz, en cambio, posee la virtud de constituir siempre una aventura abierta a la sensación del momento. El tema no es más que el inicio del camino. A partir de ese mágico instante el artista podrá recorrer cada uno de los meandros que su inspiración le vaya indicando.

La riqueza de matices con que nos obsequiaron los tres músicos nos reafirma una vez más en la sensación de que no estábamos asistiendo a la repetición del excelente concierto del pasado año ­otra vez Heráclito­, sino a un nuevo, extraordinario e irrepetible concierto del más grande de los pianistas de jazz. -

Xabier PORTUGAL


 
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