Ramón Sola
Olvidar lo que pudo ser u quedarse con lo que es
Hay partidos que son mucho más que un partido. Marcan
puntos de inflexión en la historia de un club. Osasuna lo sabe muy bien: en 2000
se ganó la categoría a cara a cruz frente el Recreativo en Iruñea; en 2001 lo
ratificó con aquella salvación agónica en Anoeta; con la final de Copa de 2005
alcanzó por vez primera cierto lustre; y en mayo de 2006 ante el Valencia ganó
la opción de pelear por estar en el Santo Grial del fútbol, allá adonde llegan
muy pocos. El de ayer era el último partido del siglo; 90 minutos para cambiar
la historia, dejar más de 12 millones de euros en unas arcas siempre al límite,
atraer a Iruñea a jugadores que nunca estuvieron al alcance, pasear la camiseta
roja por estadios soñados, experimentar si Osasuna podía llegar a ser un Depor,
aunque fuera por unos años. Cuando pase unas horas será tiempo de aparcar la
pataleta, de lamentar que no era tan fiero el león como lo pintaban, de
proclamar que Osasuna pudo ganarle si se anima a tocarla como al final, de
maldecir al árbitro que concedió aquel gol urdido con la mano, de imaginar cómo
el cabezazo de Milosevic habría entrado como un obús si Webó le deja paso. Lo
que se ha perdido es mucho, nunca se sabrá cuánto. Pero lo que tiene acumulado
Osasuna en los últimos años, el tránsito de Segunda hasta las puertas de la
Champions, es aún más. El domingo espera el Getafe. Luego la UEFA, y la Copa. Y
seguir soñando.
|