| ZURRIOLAN |
Este año está viniendo gente interesante, la mayoría presentando sus películas, con lo que no visitan Donostia para hacer un posado y dejarse ver, sino que lo hacen por razones de trabajo. Estas personas son de las que meten poco ruido mediático, de las que no van de estrellas.
Ayer llegó Matt Dillon, un viejo conocido del Zinemaldia que ya sabe lo que es disfrutar de unos buenos pintxos y quiso repetir. La organización recomendó al acompañante que se suele asignar a los invitados importantes que no fuera de uniforme, que dejara el traje oscuro en el armario. Así podían pasar desapercibidos como un par de turistas gastronómicos, mezclados entre la clientela habitual de los bares con tradición.
Me hubiera gustado seguirle la pista, porque no todos los días se encuentra uno con el Rusty James de “Rumble Fish” cuando sale de poteo.
En fin, tampoco me fui de vacío a casa, gracias a que durante estos días puedes coincidir con cualquiera de tus cineastas preferidos a la vuelta de la esquina. Al ir a coger el coche pasé por delante del Hotel María Cristina y me pareció ver, con su inconfundible tupé gris y las gafas negras, a nada menos que Jim Jarmusch. Estaba asomado al balcón de una habitación que daba al río, observando la arquitectura local que más recuerda a París por sus edificios románticos.
Tal vez le sugiera algún episodio para otro largometraje colectivo, y aquí no le iban a faltar colegas venidos de todas partes dispuestos a participar en “Donostia, maite zaitut”. -