Oigo decir por la radio que los supervivientes de un grupo de inmigrantes han acusado a las autoridades griegas de tirar al mar a algunos de sus compañeros en aguas turcas. Paradójicamente, la noticia no me sorprende. Sin embargo, tengo la sensación de estar anestesiada ante tanta desdicha o quizás es que me pongo de mala hostia en lugar de sentirme triste. Pienso en si las familias de los «lanzados» al mar saben lo que ha ocurrido, puede que ni tengan familia.
Con la mente nublada me visto y salgo a la calle y desayuno con los amigos y reviso un casillero colapsado por dossieres de prensa y entro en el cine y veo una película y como con los amigos y siento el estómago lleno. Así va el mundo, a unos los tiran por la borda y otros engordamos como las ocas. Menos mal que existen rincones para la esperanza, lugares de encuentro entre los pueblos, gentes que se entienden y que rompen las barreras impuestas. Como lo han hecho los nómadas de Oreka Tx con aquellos pueblos con los que se han encontrado en su particular odisea. En su caso, la música, la txalaparta, se convertía en el mejor instrumento de comunicación entre culturas. Su documental nos demuestra cómo las personas pueden entenderse vengan de donde vengan.
En la sala de prensa me saluda mi amigo Jairo. El es venezolano y sabe algo de fronteras. La noticia no le coge tampoco por sorpresa y me hace reír cuando trata de decir mi nombre; me llama «Txiruntxi».
No importa que no sepa pronunciarlo porque con su sonrisa se hace entender, es como un rayito de sol bajo la lluvia. -