Los prodigios del niño

“Vitus” es una película peligrosa. Dicho así puede sonar un poco exagerado, pero es la sensación que prevalece tras visionar la última propuesta del veterano cineasta suizo Fredi M. Murer. Tras su apariencia de comedia entrañable se oculta una trama muy engañosa en su resolución y conclusiones finales. La película nace bien, recrea las amarguras y alegrías de un niño prodigio que en todo momento intentará eludir su condición de privilegiado y virtuoso del piano. La feliz pareja que componen sus padres harán todo lo posible por sacar partido de las cualidades del chaval, mientras que éste se decanta por la compañía de su abuelo. Hasta aquí todo funciona muy bien. Bruno Ganz ejerce labores de abuelo tierno, imaginativo e identificado con su nieto. Da la sensación de que Ganz buscaba un papel de estas características tras la fiereza que demostró encarnando al Hitler terminal de “El hundimiento” y lo demuestra en las conversaciones y gestos que comparte con el pequeño Vitus entre largas caminatas y platos de spaguetti. De repente, en mitad de la trama, la comedia aparentemente inofensiva pierde su inocencia y nos descubre involuntariamente la personalidad de un Vitus cambiante. Aquel que quiso alejarse de su condición incómoda de “privilegiado”, ahora es un auténtico tiburón de las finanzas que intenta demostrar que la felicidad tiene un precio. A mí, personalmente, la postura que esgrime el protagonista me produce mucha grima y no comparto las risas que provoca las situaciones en la que el precoz Vitus echa mano del teléfono y del ordenador para sustentar la estabilidad de su familia desmoronada. Murer se ha excedido en sus intenciones y el resultado es esta exaltación del consumismo feroz protagonizado por un pequeño monstruo del capitalismo que, además, toca el piano como los ángeles. Y esto no lo firma un crítico del Pravda en tiempos de la URSS. -

Koldo LANDALUZE