La españolidad que venían a reclamar lució en estado puro. No faltó de nada, que pusieron esmero en todos los detalles. Cabezas rapadas y otras primorosamente engominadas, camisas azules para los camisas viejas y txupas negras para los niños del bate y las cadenas, guantes de cuero, botas militares, banderas franquistas, símbolos nazis, brazos en alto, caras al sol y otras a la sombra de la capucha, con lo anticonstitucional que es eso. (O igual preconstitucional, no sé; entre lo anti y lo pre, yo es que me hago un lío). Insultos, amenazas, provocaciones... Alardearon y vociferaron lo que se les puso en la entrepierna que tan ostentosamente se agarraban los muy capullos.

Mientras ­seguía sin faltar de nada­, el arzobispo Sebastián se calzaba el tricornio y la Policía nacional protegía la exhibición fascista. No sorprendieron ni el uno ni los otros. Ahora, como quiera que sabemos lo dada que la Policía es a interrumpir manifestaciones, amenazar con disolverlas, o disolverlas directamente y sin preámbulos en cuanto consideran que una consigna no se ajusta a las previamente autorizadas, y por curiosidad, por pura curiosidad: la cosa, ¿cómo fue?: ¿La Delegación del Gobierno autorizó que se coreara «Lasa, Zabala, devolvednos la pala» y otras consignas basadas exclusivamente en amenazas de muerte? No, ni hablar, jamás se autorizaría algo así, pero, ¿la Policía se quedó sorda de repente? No había razón; ¿los falangistas transcurrieron dentro de los cauces preconstitucionales establecidos? ¿Cómo fue la cosa?

Es igual, sabemos muy bien cómo fue. Sabemos ­y lo sufrimos­, qué se consiente y se persigue, a quién se acosa y a quién se protege; contra quiénes se dictan leyes, y a quiénes se brinda impunidad. Pero ni amenazas, ni símbolos nazis al viento, ni alardes paramilitares, ni sus banderas, ni el “cara al sol”, ni los pelotazos pudieron evitar que navarros y navarras saliéramos a mostrarles nuestra indignación y nuestro rechazo, de frente y a cara descubierta. Entonces sí, claro; entonces, la Policía actuó, dispersó y golpeó. Y lo que son las cosas, tampoco nos sorprendió nada de nada.

Se despidieron con un «¡volveremos!». Pues sí, con tantas facilidades y tan bien guardados, es como para repetir la heroica experiencia. Nosotras, en cambio, no necesitamos volver. Nosotros estamos. En nuestra casa y defendiendo lo que es nuestro; rechazando las imposiciones y, por supuesto, el fascismo; exigiendo nuestros derechos y por encima de todo el de decidir libremente nuestro futuro como pueblo. Y no nos lo ponen nada fácil, no. Pero estamos y estaremos. -