Josebe Egia
Solidaridad eficaz
Semana cargada de «anécdotas» que, para quien quiera verlas, no son tales, sino explicación de por qué pervive la violencia de género. Como muestra, la solidaridad de Putin con el Presidente israelí y la envidia que le reconoció pensaba que a micrófono cerrado por ser capaz de forzar a diez mujeres. Por supuesto, no ha dimitido.
Semana en la que se ha premiado a dos personas que merecen reconocimiento público por su labor. A Celia Amorós y a Mohamed Yunus. La catedrática Celia Amorós, una de las grandes teóricas del feminismo en el Estado español, se ha llevado el Premio «Nacional» de Ensayo por su última obra, “La gran diferencia y sus pequeñas consecuencias... para las luchas de las mujeres”. En ella, en la línea que le caracteriza, reflexiona acerca del poder, la individualidad, la igualdad y la diferencia. A lo largo de estos años Amorós nos ha enseñado mucho, y seguro que lo seguirá haciendo. Zorionak Celia!
No nos entusiasman los Nobel, y menos el de la Paz con los precedentes que tiene. Además, lo correcto hubiera sido conceder a Mohamed Yunus, doctor en Ciencias Económicas, el de Economía para el que sonaba desde hace muchos años y no el de la Paz, aunque, como él mismo ha dicho, «la economía y la paz están directamente relacionadas, los problemas en gran parte del mundo están causados por razones económicas». No le falta razón. Sin ser tan contundente, el Comité de los Nobel también ha ido por ahí en la justificación del premio a Yunus y su Grameen Bank. Reconoce su esfuerzo «para crear una red de microcréditos para los más pobres entre los pobres y sentar las bases para un desarrollo social y económico desde abajo. La paz duradera no puede lograrse si no se consigue abrir un camino para que amplia parte de la población salga de la pobreza«.
Y, como las más pobres entre las y los pobres son las mujeres, Yunus les ha dedicado a ellas el Nobel. Un 97% de los microcréditos concedidos por el Grameen Bank lo ha sido a mujeres, un 56% de las cuales ha logrado abandonar la extrema pobreza y, como él resalta, lo más importante es que «los hijos de estas mujeres también saldrán de la pobreza, acuden a la escuela y cerca de 100.000 jóvenes están ya en la Universidad».
Yunus comenzó su trabajo para erradicar la pobreza de su país en 1974. Propuso una forma de organización social para las aldeas de Bangladesh, a las que llamó Gram Sarker (gobierno rural), tras haber entendido que sólo se puede salir de la pobreza desafiando al mercado. Después ideó el microcrédito, concediendo un préstamo personal a 43 mujeres que querían iniciar trabajos artesanales. El dinero fue devuelto. Este fue el germen del Grameen Bank, que fue fundado con la premisa de que «los pobres siempre pagan», y dos únicas condiciones: que los únicos clientes de su banco fuesen pobres y que la garantía de pago se sellase con la palabra.
La fórmula para acceder a los préstamos, denominada «garantía solidaria», es que las mujeres sin tierra forman grupos de cinco. Los reciben en primer lugar las dos más pobres, mientras que las otras tres no los perciben hasta que las primeras empiezan a devolver los suyos, creando así una red de apoyo-presión. Si una de ellas deja de pagar, todas pierden la posibilidad de recibir nuevas ayudas.
La apuesta era sumamente arriesgada, y más en un país subdesarrollado y mayoritariamente musulmán como Bangladesh, pero en poco tiempo, y contra todo pronóstico, la iniciativa supuso un rotundo éxito. Además de un milagro solidario, el Grameen Bank también ha resultado un buen negocio. El Banco, que ha concedido microcréditos a 6,1 millones de pobres para que pudieran poner en marcha un negocio, ha generado beneficios desde su creación y la tasa de devolución de los microcréditos es del 98,85%, índice que para sí quisiera la banca tradicional.
La Fundación Grameen, creada a partir del banco en 1997, tiene una red internacional con 52 socios en 22 países que se estima ha ayudado ya a 11 millones de pobres en Asia, Africa, América y Oriente Próximo. Yunus, además, ha firmado una alianza con Cruz Roja para introducir los «microcréditos» en todos los países africanos en los próximos diez años. Según ha explicado, el importe del Nobel de la Paz 1,1 millones de euros lo dedicará a financiar nuevos programas e iniciativas para las y los pobres.
Eso es reparto de la riqueza y solidaridad activa, y no programitas de parcheo como los que nos venden las instituciones para los alrededor de 56.000 hogares que viven en situación de pobreza y de exclusión social en Hego Euskal Herria. A ver si toman nota. -
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