Laura Etxebarria y Luque Tagua bailaban en una compañía de danza en Bruselas cuando decidieron dar un giro a sus vidas profesionales, que les llevó a Bilbo. Corría 1986. Una nave industrial, en Deustua, acogió los primeros cimientos de lo que hoy conocemos como La Fundición.«Entramos en esto con toda la inocencia del mundo reconoce Luque Tagua. Aquello eran dos espacios grandes, con una galería de exposiciones y dos salas de ensayo. Nuestro objetivo era, de alguna manera, dinamizar lo que nosotros habíamos visto en Europa».
Durante un tiempo compaginaron su actividad como bailarines de Puertas Abiertas con la dirección del centro. «Estuvimos bailando hasta el año 92 relata Tagua. A partir de ahí decidimos que la mejor solución para llevar adelante lo que queríamos plantear era dedicarnos exclusivamente a una gestión dinámica, una gestión desde la profesión y desde el proyecto artístico de un tipo de espacio más definido». Fue un abandono de los escenarios progresivo. Quizá por ello no les resultó traumático. «Te vas dando cuenta de que es incompatible hacer un trabajo creativo, mantener la compañía y, a la vez, intentar que todos aquellos grupos nuevos que surgían en un momento pujante de la danza contemporánea pudieran presentarse aquí», explica su compañera. En cualquier caso, les pareció que podían mantener un trabajo igualmente creativo «invitando a las compañías que no tenían espacio de exhibición, apoyando a compañías emergentes y, de alguna manera, siendo una especie de lugar de recursos para que pudieran suceder cosas».
Voluntad política
Veinte años después, desde el pequeño local de la calle Frances Macià al que se trasladaron hace diez años, los responsables de La Fundición no pueden hacer un balance más positivo sobre su actividad. «La Fundición es hoy un centro de recursos que trabaja en tres parámetros EuskalHerria, a nivel estatal y a nivel internacional y lo hace de una manera cómoda, porque de alguna manera estos veinte años han legitimizado un proyecto que ha demostrado su viabilidad desde una organización privada».
Eso no significa que su situación sea la ideal. Para Luque Tagua, después de dos décadas, un proyecto de estas características «podía estar mucho mejor asentado dentro de la estructura de país, de su proyecto de cultura».
El espacio se enfrenta hoy a serias dificultades para crecer. Laura Etxebarria viaja constantemente a otros países y ve que estructuras como ésta en Europa o Canadá «han conseguido un estado más sólido. A nosotros nos siguen catalogando como alternativos y parece que lo alternativo es siempre la autoexplotación», apostilla Tagua.
Ellos se definen como un centro que desarrolla programas de riesgo, ofrece nuevas lecturas, nuevos espacios escénicos. «Somos un centro de recursos para la propia profesión aquí y, además, somos un elemento referencial a nivel estatal e internacional». No se limitan a contratar actuaciones. Su labor es otra: dinamizar, poner a los artistas locales en relación con creadores extranjeros, dar cabida a los nuevos lenguajes.
En la actualidad, además de la temporada estable en La Fundición, impulsan, en colaboración con las instituciones, programas como Dantzaldia que tiene lugar ahora o Lekuz Leku, que se llevan a cabo en otros puntos de la ciudad.
¿Sueños? Por supuesto. En este momento, disponer de más metros cuadrados para dar cabida a formatos mayores y, lógicamente, «presupuestos más amplios para La Fundición, como núcleo y centro de recursos que posibilita los demás proyectos Dantzaldia, Lekuz Leku consiguiendo los fondos o las colaboraciones correspondientes».
Para los responsables de la sala «homologar este tipo de
programación a nivel de Europa requiere voluntades políticas a largo plazo.
Después de veinte años, seguir pensando en las subvenciones anuales es muy duro
porque no puedes plantearte proyectos a nivel internacional a un año vista. Hoy
se trabaja en red, éste no es un centro al que se viene a hacer un bolo». Dicho
está. -