Iñaki Errazkin - Periodista y presidente de la Asociación Pensamiento Libre
Y en eso se irá Fidel
Cuando el joven criollo Fidel Castro en-tró en La Habana al frente de las tropas revolucionarias, el firmante de este artículo tenía poco más de dos años. Así, quien esto escribe sólo recuerda Cuba asociada al barbudo comandante que la liberó. Después, bien avanzada ya la adolescencia, llegaría la ideología y la comprensión de lo sucedido en ese país caribeño, la toma de partido y la identificación con el proceso socialista que continúa desarrollándose en él. Desde entonces, Fidel ha sido una referencia obligada para la mayoría de quienes pensábamos y seguimos pensando que es necesario subvertir el orden establecido en este planeta de las maravillas hasta conseguir otro mundo más amable y mucho más humano. Sin embargo, amar, querer, respetar e, incluso, agradecer, no supone adorar. Adorar a Fidel es una contradicción para cualquier persona materialista, segura de la inexistencia de los dioses. La gente medianamente inteligente no cree en fuerzas sobrenaturales. Los cultos papas saben que, cuando mueran, sus cuerpos inanimados no resucitarán ni habrá espíritus con plaza fija en cielo o infierno alguno, aunque prediquen lo contrario por el bien del negocio; y, desde luego, el letrado Fidel correría a gorrazos a quien le atribuyese cualidades divinas. Es seguro que Fidel va a fallecer y, probablemente, más pronto que tarde, aunque sólo sea por razones de edad, al margen ora de enfermedades terminales ora de maléficos conjuros. Cuando el día llegue, sentiremos su muerte y lloraremos su ausencia como si de la de un familiar querido se tratase. Fidel es algo nuestro y la revolución que comandó debería ser proclamada Patrimonio de la Humanidad, faro y guía de civilizaciones presentes y futuras, por los logros obtenidos y por los que, sin duda, ha de producir en el porvenir; también por el ejemplo que supone para millones de seres explotados, hombres y mujeres, eternos perdedores en la globalizada lucha de clases. Por eso produce cierta desazón comprobar que no son pocos, en nuestras propias filas, los que consideran que algo tan natural e inevitable puede suponer un escollo en el perfeccionamiento de un modelo social que sigue despertando esperanzas; en la profundización de una experiencia nueva y original que no merece ser cuestionada de tan burda manera. Porque si fuese posible que la desaparición física de su líder tuviera por sí sola la capacidad de acabar con la revolución, viva y en marcha, sus enemigos que son los nuestros habrían ganado por la mano la batalla de las ideas. En ese escenario indeseable, el experimento cubano se nos mostraría inmensamente vulnerable; tanto, que sería la prueba palpable de que Fidel y todos los gobiernos revolucionarios que han dirigido el destino de Cuba desde 1959 habrían fracasado estrepitosamente. Y eso no es verdad. Cuba es mucho más que una persona, por extraordinaria que ésta sea. Cuba es todo un pueblo, mayoritariamente comprometido con la revolución que lo elevó en solidaridad, en dignidad y en autoestima. Cuba es, moleste a quien moleste, un milagro político y social que comienza a traspasar fronteras al menos, en el continente americano pese a los malos tiempos de noche y niebla universales. Cuba es paradigma de obstinación histórica en seguir avanzando imparable por el camino elegido, a sabiendas de que es el menos malo entre los transitables. Porque Cuba no será la verdad absoluta, pero es absolutamente verdadera. Con sus muchos errores y contradicciones, que habrá que detectar, reconocer, corregir y resolver con energía y decisión, sin concesión a la pusilanimidad y al compadraje. Pero quienes se atrevan a juzgar a Cuba bajo la perspectiva del preponderante Norte Occidental, americano o europeo, tendrán inevitablemente una visión deformada de su realidad. No son no pueden serlo escenarios homogéneos. Los avances sociales de Cuba sólo se comprenden si se compara la calidad y el nivel de vida de toda su ciudadanía con los de la inmensa mayoría de la población de los países de su entorno geopolítico, tanto insular como continental, desde la República Dominicana, Haití, Jamaica, Bahamas, Belice, Nicaragua, Costa Rica, Gua- temala, El Salvador, Honduras, Panamá... hasta Colombia o México. La propaganda anticastrista especialmente elaborada para ser consumida en el reino borbónico está consiguiendo hacernos olvidar que Cuba sigue siendo un país subdesarrollado. Pero lo es, y nadie sin intoxicar puede pensar seriamente que es posible alcanzar el pleno desarrollo económico y social en una república caribeña como la cubana sin garantizar previamente un margen de acción, un espacio libre ante la agobiante hegemonía política, económica, científica y tecnológica de un mal llamado Primer Mundo liderado por la bestia estadounidense. Sobre todo, en la situación de bloqueo que sufre desde hace más de cuarenta años. Sin embargo, el mensaje made in USA reproducido por las plumas y bocas de ganso de Falsimedia de que la revolución cubana iniciará su cuenta atrás en el mismo momento en que el enorme corazón de Fidel deje de latir, está calando incluso entre quienes le deseamos la vida eterna de la que sólo pueden gozar las grandes obras. En la otra orilla del charco atlántico se están produciendo acontecimientos que nuestros descendientes estudiarán en sus libros de texto y que el tiempo calibrará en su justa medida. Venezuela ha demostrado ya su alineación con el eje del bien y hay varios estados americanos en la lista de espera. Fidel ha cumplido con creces sus compromisos con la Historia, que no tiene que absolverle de cosa alguna. Somos, pues, los demás, en Cuba, en América y en el resto del mundo, los que tenemos en nuestras manos, intransferible e indelegable, la responsabilidad de encaminar nuestro futuro que, por ser de cada uno de nosotros, es el de toda la Humanidad. Socialismo o barbarie. - P.D. Este texto es la introducción al ensayo del autor titulado “Fidel: te quiero, pero no te adoro”, de próxima publicación. © “inSurGente”
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