En busca de la felicidad
Mikel INSAUSTI
Vaya por delante que Will Smith está de Oscar en una interpretación mucho más difícil de lo que parece a simple vista, y que no tiene nada que ver, en contra de lo que se ha dicho hasta la saciedad, con el estilo tragicómico de Benigni en «La vida es bella». Las coincidencias vienen por otro lado, el de la dirección del italiano Gabriele Muccino, encargado de aplicar la estética y la ética neorrealistas a la sociedad capitalista norteamericana. Y lo hace de cine, salvo que uno se cierre en banda sin querer admitir que «En busca de la felicidad» es un melodramón lacrimógeno con todas las de ley, de los que te hacen llorar como una Magdalena.
Will Smith ejemplifica a la perfección todo lo bueno y lo malo del ciudadano afroamericano que busca en plena era Reagan su integración, o mejor dicho, su ascenso social. Da vida a un personaje real en un estilo biográfico decididamente sentimental, que atiende por entero al relato del sufrimiento que implica ser un «sin techo» que aspira a salir de pobre. No interesa, por el contrario, la otra parte de la historia, cuando ya se convierte en un triunfador, puesto que el espectador dejaría de sentir compasión por él. Se trata de verlo hundido en la miseria, cuanto más mejor, porque de esa manera queda reflejado que el tan cacareado sueño americano nace en verdad de una pesadilla. Nos lo han dicho hasta en un musical: «Buscáis la fama, pero la fama cuesta, y aquí es donde vais a empezar a pagar con sudor».
Otra paradoja relativa a Will Smith es la de su trabajo físico en la película, ya que sus enloquecidas carreras resultan más agotadoras que cualquier persecución del cine de acción. Para tratarse de un simple papel dramático lo cierto es que le exige cualidades extras, incluida la de una relación paternofilial que no es fingida. Los pasajes que comparte con su verdadero hijo resultan memorables sin excepción, también cuando le trata mal, aunque sin llegar al nivel de humillación que él mismo soporta de sus jefes blancos.