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Berlín muestra el talento de Julio Chávez y Marianne Faithfull

La Berlinale ahondó ayer en el talento del actor Julio Chávez, astro rey del film argentino «El otro", dirigido por Ariel Rotter. Esta película compartió jornada a competición con las «manos mágicas" de Marianne Faithfull, convertida en abuela de un «sex-club" en «Irina Palm".

Gemma CASADEVALL | BERLIN

Un año después de «El custodio», el film que se llevó el premio Alfred Bauer en memoria del fundador del festival, la película dirigida por Ariel Rotter devolvió la presencia de Julio Chávez a la sección a concurso, también con un film hecho a su medida.

«Mi película es un viaje interno alrededor del tiempo y del cuerpo, de un hombre que trata de entender su ciclo vital», explicó el director acerca de su personaje: un abogado felizmente casado que, de pronto, que en un corto viaje de trabajo, se permite la licencia de cambiar los planes, quedarse más tiempo de lo previsto usurpando identidades ajenas, las de dos hombres que acaban de fallecer.

Chávez se convierte así en «El otro», para lo que será una mínima transgresión a su vida de hombre feliz, un excelente esposo cuya mujer quedó, por fin, embarazada y un amantísimo hijo, que atiende, baña y da de comer con mimo a su anciano padre cascarrabias. «Es un hombre que indaga en sí mismo, que pide una pausa en ese momento de su vida, no porque no sea feliz, sino porque necesita pararse y explorar, recuperar sentimientos e instintos», dijo.

«Se indaga en una doble relación de paternidad: la que mantiene con su hijo aún por nacer, y la que tiene con su padre, para él una premonición de la decrepitud física que le aguarda», prosiguió Rotter. Un papel diseñado al milímetro para Chávez, que recrea algunos de los «instintos elementales» a veces olvidados: el miedo a la noche, el deseo sexual hacia una desconocida o el sabor de la fruta fresca del bosque.

 

Culto al actor Chávez

La película respira y vive con Chávez. Si éste sonríe, la pantalla se ilumina; si asoma una gota de sudor por la nariz, la sala entera percibe la sensación de calor. «El otro» sigue así la regla de la «obediencia» debida a su astro rey, de la misma forma que ocurría con «El custodio», de Rodrigo Moreno.

La comparación es inevitable. El film de Rotter no tiene la explosiva componente social de la historia del guardaespaldas del ministro que un día empuña su pistola, pero comparte con ésta el ritmo lento y el culto al actor.

También como su antecesora, «El otro», una producción argentino-francesa-alemana, contó con ayuda financiera del World Cinema Fund, creado en 2004 por el propio festival para apoyar cinematografías latinoamericanas, entre otras.

La pregunta que planeaba sobre la Berlinale era por qué llevar por segundo año consecutivo una producción de sello tan similar, habiendo como hay tanta riqueza de buen cine argentino actual. Tal cuestión, sin embargo, debe plantearse más a los criterios de selección del festival que al director, que presenta una película sobre una historia interesante y magistralmente interpretada, como una especie de ley natural en Chávez.

No fue la única película sustentada en un único nombre. «Irina Palm» es un ejercicio similar de la actriz y ex figura del pop Marianne Faithfull, convertida por el director Sam Garbarski en abuela que opta por poner sus manos al servicio de un sex-club para pagar los costes de una terapia a su nieto, quien agoniza en un hospital.

 

Las manualidades de la abuela

Lo que parecería un folletín lacrimógeno deriva en terreno de la comedia. La abuela Faithfull adopta un nombre artístico, Irina Palm, y se convierte en reina del burdel gracias a sus manos mágicas. Los clientes no la ven, nadie sabe su edad. Trabaja tras un panel de madera, con el correspondiente orificio a la altura del miembro para que pueda ejercer sus «manualidades».

En ningún momento se ve uno sólo de esos miembros de los que ella saca el mejor rendimiento: un termo de café estratégicamente colocado ante la cámara los tapa, y el resto discurre casi en tonos de «cine para todos los públicos».

La Berlinale gratificó los trabajos de Faithfull con su mejor ovación, al menos en lo que se refiere al pase para la prensa.

La historia de la abuelita con dotes ocultas arrancó ayer sanas carcajadas, aunque sea porque de vez en cuando a todo el mundo le entra bien un «happy end».

La historia de un «acompañante" gay
El director y productor norteamericano Paul Schrader compagina sus labores al frente del jurado del Festival con la presentación de su última obra, «The Walker", que se estrenó ayer en la sección oficial fuera de competición. El director ha trabajado los últimos siete años en dar vida a este personaje que interpreta Woody Harrelson, de unos 50 años, un gay que se dedica a acompañar a las mujeres de la alta sociedad de Washington a actos sociales. Schrader se inspiró en Jerry Zipkin, «acompañante" de Nancy Reagan y Betsy Bloomingdale: «Nadie cuestionaba por qué la esposa de Reagan iba a la ópera acompañada por Jerry, entre otras cosas porque era homosexual", dijo. El director completa con el relamido y encantador Carter Page III su galería de personajes masculinos, que de la colaboración con Martin Scorsese produjeron «Taxi Driver" (1976), «Toro salvaje" (1980) o el narcisista de «American Gigolo" (1980), ya en solitario. Schrader bucea en la sique de su protagonista, siempre rodeado de mujeres, en un Washington en donde priman los intereses políticos y económicos por encima de los sentimientos. GARA
IRINA PALM
La ex figura del pop Marianne Faithfull, ya abuela, se pone a trabajar en un sex-club para pagar los costes de una terapia a su nieto. Lo que parecería un folletín lacrimógeno deriva en terreno de la comedia.

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