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«Las jóvenes que nos quedamos en el caserío ya sabemos lo que hay"

EBEL (Emakume Baserritarren Elkartea) cumple dieciséis años de andadura integrada en el sindicato EHNE. Cumpleaños que la organización celebrará el próximo 4 de marzo en Billabona, donde, entre otras cosas, las mujeres reivindicarán el importante papel que desempeñan en el caserío.

J.M. URIBARRI

Pilar Oria comenzó a trabajar en una papelera con 14 años y hasta casarse no llegó al caserío Isastegi Goikoa de Tolosa. El cambio fue grande para una kaletarra que tuvo que aprender el «oficio» y adaptarse al nuevo medio. Para su hija Begoña Aristi, responsable de EBEL, todo fue más fácil, mientras que para la pequeña Haizea es tiempo de jugar. Tres generaciones de mujeres para las que la vida en el caserío, sin duda, será laboriosa pero diferente, siempre y cuando el castigado sector primario vasco pueda sobrevivir a las políticas interesadas de las administraciones y a tanto «desarrollo sostenible».

A Pilar y Begoña les ha tocado reivindicar el papel de la mujer en un mundo en el que tradicionalmente sólo el hombre era visible, aunque ahora comienza a reconocerse el papel crucial que juega la mujer. «La mujer siempre ha sido la que ha organizado la vida en el caserío, ha mantenido el ambiente familiar y ha cuidado de sus miembros, niños o mayores. La importancia de la mujer en el caserío es muy grande. En un tiempo el trabajo del caserío para la mujer ha sido muy duro, porque era un trabajo no reconocido, y quizá pensaba que las cosas tenían que ser así. Ahora las cosas son diferentes, las jóvenes que nos quedamos en el caserío ya sabemos lo que hay».

Begoña indica que el «nacimiento de EBEL está un tanto relacionado con la necesidad de la mujeres de recuperar el protagonismo ante la importancia que tenía y tiene el papel de la mujer en el caserío, reivindicarlo, además de servir para aumentar su autoestima. Es, además, un buen motivo para salir del caserío, reunirse con otras mujeres, compartir los problemas y tener ayuda para solucionarlos. La vida de una mujer en el caserío no es fácil. Además, antes, por ejemplo, la mujer baserritarra había llegado al caserío por matrimonio, lo cual creaba una serie de problemas».

Pilar puede dar fe de ello. «Sicológicamente al principio me sentía de fuera, sensaciones que con el tiempo fueron desapareciendo. La vida es muy diferente Yo comencé a trabajar con 14 años en una papelera y hasta casarme no fui al caserío. No me arrepiento aunque aquí muchas veces no hay horarios para trabajar. Vivo muy a gusto en el caserío. Hago lo que me gusta hacer. La vida en el caserío, además, es muy rica porque se juntan varias generacios y compartes la vida con niños y mayores. Ahora ya no existe eso, se potencia el individualismo, mi sitio y mi casa y que nadie me moleste. En esto, en el caserío ocurre como en el resto de la sociedad, el individualismo, por eso vemos la necesidad de reunirnos, de encontrarnos».

Quizá la pequeña Haizea vea superados los problemas que sus predecesoras apuntan, pero también es posible que sea testigo de la muerte del sector, si no se toman medidas de inmediato, tal y como apuntan desde el sindicato EHNE.

Begoña opina que el acusado deterioro «especialmente se debe a la política que se ha desarrollado en los últimos años. El sector agrícola es un sector estratégico que han utilizado como han querido. Nunca han tenido en cuenta un tema tan importante como el de la tierra para los baserritarras en Euskal Herria, porque además de mantener de alguna manera el carácter de Euskal Herria, hay que destacar que somos unas trabajadoras. Con la tierra hay una gran especulación y las grandes infraestructuras nos están ahogando. Carreteras, incineradoras, TAV... y cada vez tenemos menos tierra. Este tipo de política tiene poco futuro. También hemos empezado a ser dependientes de las ayudas de Europa, pero esas ayudas terminarán en unos años, y al final te queda la sensación de que nos han utilizado como conejillos de indias, nos han llevado de un sitio para otro».

Probadas las recetas ya fracasadas, proponen nuevas vías. «Nosotras planteamos, mirando al futuro, la necesidad de funcionar de otra manera. El sector debe tomar otro camino si de verdad queremos que el caserío tenga posibilidades de mantenerse. Pensamos que los productos que salen del caserío tienen que venderse aquí. Creemos que el camino entre el productor y el consumidor debe ser corto. Además, aquí no podemos competir con los productos que llegan de Europa. Con la orografía que tenemos no podemos producir mucho. Creemos que el caserío debe moverse en circuitos cortos, que quede un margen para el baserritarra y precios blandos para los consumidores. Hay que cortar los beneficios de los intermediarios si queremos que a los baseritarras les quede un salario digno», añade.

Chalets y caserios

Sin embargo, por toda la geografía de Euskal Herria crece cual plaga la construcción de chalets, grandes y pequeños, a imitación de caseríos. «La especulación es tremenda -afirma Begoña-. La edad media de los baserritarras es muy alta y es muy difícil animar a los jóvenes para instalarse en el caserío. De esa forma, una oferta por tierras es muy fácil de aceptar. Es un caramelo difícil de rechazar. Esto incluso está cambiado la realidad social de pueblos pequeños y zonas rurales. A veces, la gente que viene de las ciudades o de la calle y que se ha instalado en chalets cerca de caseríos no conoce su realidad, no sabe de sus actividades y llega a condicionar el trabajo».

En este sentido, recordar las informaciones de prensa que hablan de prohibiciones tan peregrinas como la de no poder cruzar el pueblo con las ovejas porque ensucian la calle, como ha ocurrido en pequeñas localidades de Iparralde pobladas por los nuevos «vecinos» kaletarras.

Junto a esta nueva «realidad», la política desarrollada por Lakua no es creíble, el tufo de la propaganda y los acontecimientos lo impide. «Caemos en contradicciones. Nos hablan de nuevas energías, de la necesidad de cuidar el medio ambiente y, cuando miras a tu alrededor, ves que todo está lleno de carreteras... ¿Somos conscientes de lo que va a suponer el tren de alta velocidad? El impacto es terrible. Nos quitan las mejores tierras y después hablan del medio ambiente, de la madre tierra y te das cuenta de que no hacen nada».

Es ahí donde el llamado «desarrollo sostenible», bandera que todo desarrollista esgrime sin pudor, juega su indigno papel. «A mí la expresión me produce dolor de tripas -Asegura Begoña-. Vivimos en la mentira permanente. Por un lado nos venden una cosa y después hacen otra. A nosotros nos han utilizado en los últimos años para llevar adelante sus políticas y montar sus chiringitos. El sector primario es muy estratégico y el PNV lo ha utilizado para hacer sus negocios, como ocurrió con Iparlat y querían hacer con `Gureokela'. Sólo les mueven los intereses económicos». «En realidad, el baserritara sólo les interesa por el nombre, mientras sirva a sus intereses para vender `productos de la tierra'».

Sin embargo, Pilar y Begoña rechazan la utilización que hace la administración del sector, que lo ve «como una marca de prestigio» porque «no somos piezas de museo, el caserío es un puesto de trabajo con gran importancia en Euskal Herria, y no un elemento folclórico».

Al mismo tiempo apuestan por explorar nuevas vías. «Creo que poco a poco debemos trabajar de manera conjunta con otros sectores para impulsar y mejorar el sector. Además, creemos que no sólo nosotros somos los perjudicados porque si el primer sector se muere la sociedad también lo sufrirá», afirman.

Pilar es partidaria de acercar el sector al resto de la sociedad, romper tabúes que continúan funcionando pese al paso del tiempo y los avances. «Falta educación alimentaria. Los niños no conocen el sector y creo que sería interesante que lo conocieran como parte de su educación. Para que los niños dejen de pensar que las vacas son moradas, como las de un determinado anuncio. La gente, además, está un poco despistada. Como ahora hay todo tipo de productos durante todo el año la gente no sabe qué productos son del tiempo y cuáles no. Hay gente que te pide tomate en diciembre».

Aumenta la dependencia respecto a las semillas de las multinacionales
 
Cuando EEUU invadió Irak en marzo de 2003, una de las disposiciones que tomó el entonces procónsul estadounidense Paul Bremer fue obligar a los agricultores iraquíes a comprar todos los años las semillas a las multinacionales. La decisión, tomada allá donde la agricultura dio sus primeros pasos, pretende dejar en manos de los estadounidenses el control de un sector estratégico y de los agricultores iraquíes. Los baserritarras, en otros términos, tampoco son ajenos a la cada vez mayor influencia de las multinacionales en Euskal Herria. Pilar Oria afirma que «todos los años tienes que comprar semilla nueva. Por ejemplo, si compras patata para siembra, es posible que al año siguiente puedas utilizar algo, pero tendrás que comprar. Antes se guardaba la semilla en el propio caserío. De algunos productos es posible guardar y utilizarlos después, pero de otros muchos es mucho más cómodo comprar en la tienda, con lo que se está perdiendo la semilla de aquí". Nada se deja al azar y para que la necesidad de acudir a los productos de las transnacionales sea ineludible, Pilar Oria indica que las multinacionales «manipulan sus semillas para que lo que producen no pueda ser utilizado después para siembra. Cada vez la dependencia con las multinacionales es mayor. El tema de las semillas necesita trabajo, pero lo que estamos haciendo es darle salida a las semillas de las multinacionales y perdiendo las nuestras. Esta es una cuestión que debemos afrontar desde el sindicato. Hay que cambiarlo". Quizá el futuro se encuentre en un banco de semillas para recuperar las de aquí, proyecto en el que determinada gente trabaja. J.M.U.

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