Genuino cartel jerezano el que nos ofrecía el ciclo de viernes flamencos del teatro Barakaldo. Fernando de la Morena es un cantaor de los que ponen el corazón en cada una de sus salidas al escenario. En su recital disfrutamos con toda la autenticidad de que es capaz un maestro que se profesionalizó bastante tarde (conservando así las esencias del cante de su barrio natal de Santiago), pero que se mantiene en estado de gracia, dotado de un chorro de voz cargado de desgarro y sentimiento a partes iguales. Rebasados los 60 años, De la Morena vive un momento de espléndida madurez manteniendo incólume la fidelidad a sus principios. Según sus propias palabras tras el concierto: «Un cantaor debe buscar el momento lúcido y propicio para transmitir el duende, y si no lo consigue, al menos debe poner el corazón en ello».

Acompañado por Moraíto, un tocaor excepcional, digno vástago de uno de los linajes de guitarristas más preclaros que ha dado este arte: el de los Moraos (sólo equiparable al de los Habichuelas y los Parrillas), desgranó un repertorio en el que predominaron los cantes grandes, resueltos con singular jondura. El espectacular comienzo de su recital, con un cante de trilla, que nos retrotraía al universo flamenco más incontaminado y tradicional, dejó bien claras sus intenciones de darlo todo desde un principio.

Y aunque se considera a de la Morena un especialista en bulerías (quizá por su participación en la película «Flamenco» de Saura), le escuchamos todavía más acertado, aún más jondo y auténtico, interpretando la soleá, la siguiriya, la taranta o el fandango.