Cunetas anónimas
Tras un largo silencio
Koldo LANDALUZE
No resulta fácil evaluar un proyecto de estas características. Sobre todo, porque por encima de cualquier evaluación técnica lo que verdaderamente prevalece es la pulsión emocional que te asalta en la butaca cuando una voz firme proclama una injusticia silenciada y una mirada concentra todos los horrores pasados. No es fácil evaluar las emociones y, afortunadamente, en «Tras un largo silencio» se concentran muchas.
Sabin Egilior lo ha tenido muy claro a la hora de abordar la compleja temática de los fusilados por los franquistas durante la Guerra del 36. En estos tiempos en los que se potencia el carpetazo, merece mucho la pena dejarse llevar a través de este crudo fragmento de realidad. El recurso espartano, pero tremendamente efectivo, de una cámara atrapando primeros planos y testimonios aporta ese grado narrativo de inmediatez sentimental que requiere un proyecto de estas características. Siguiendo de cerca la iniciativa emprendida por el equipo de Aranzadi, Egilior bifurca su recorrido en diversos trayectos paralelos: el recuentro obligado con los fusilados de Murchante y Labastida; el viaje emocional que comparten dos antiguos prisioneros de guerra y, finalmente, el testimonio de un testigo presencial del bombardeo que padeció Otxandio.
Uno de los aspectos más reseñables de este ejercicio de memoria histórica recae sobre el tono que algunos protagonistas emplean al narrar el horror. El miedo sigue instalado en el bando perdedor. Por ese motivo, el esfuerzo que deben realizar las excavadoras y palas de Aranzadi resulta titánico cuando dan con una fosa común porque, además de escarbar la tierra bajo la cual descansan los olvidados, deben soportar el peso extra que descansa sobre estas tumbas sin nombre: el silencio.
Es inevitable que las emociones estallen cuando se visiona un proyecto de estas características y te asalte un enfado que es mayúsculo cuando descubres que, para llevar a cabo este proyecto, Egilior apenas contó con respaldo institucional. Lógico, a los responsables de cultura vascongados les resulta mucho más cómodo pasear sobre la alfombra roja de Kodak Theatre de Los Angeles que por cunetas olvidadas.