Cierra los ojos y sueña un mundo diferente, un lugar de vivos colores
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Maider IANTZI
Cierra los ojos y sueña un mundo diferente. Un lugar de vivos colores y olores. Déjate llevar por la alegre música, primero haciendo tímidos movimientos con los dedos y luego bailando como si nadie te estu-viera observando. Hay quien asegura que hay que ser tolosarra para sentir sus carnavales, pero, aunque no lo seas, puedes intentarlo.
Si tienes un momento, deja a un lado las preocupaciones y adéntrate en un espacio mágico, un espacio que te permite ser lo que realmente quieres ser, aunque sólo sea por un breve tiempo. El joven Asier Moreno, por ejemplo, ha elegido ser una niña y volver a disfrutar con los juegos de la infancia. Con una piruleta en la boca, baila y salta alrededor de unas sillas, preparadas para sentarse rápidamente cuando pare la música. Moreno se disfraza en los carnavales de Tolosa desde que era niño. Por eso son para él las mejores fiestas de Euskal Herria. Por eso, y porque están repletas de imaginación y espontaneidad.
Dos cubos, una tabla para planchar y algunas bolsas azules de basura son suficientes para hacer surf en las aguas del Caribe. A Aritz le bastan unas palmeras de plástico y un mural de una playa paradisíaca para soñar que está en una calurosa isla. Prepara junto a sus amigos una gran paella para comer, y los vendedores que pasan por su lado le ofrecen patatas fritas y piña colada. «El sol pegaba de lo lindo, ¡menos mal que nos hemos dado crema! Pero ahora ha venido la galerna», cuenta Aritz. Porque en el maravilloso mundo que estás vislumbrando con los ojos cerrados también llueve. De repente, te sorprende una tormenta, sacas el paraguas plegable de tu bolso e intentas abrirlo, al igual que toda la gente que te rodea. No hay sitio.
Escuchas el ruido de un partido de tenis, te acercas lentamente, abriéndote paso entre la muchedumbre, y ves que todas las cabezas giran de un lado a otro. «Pero, ¡si no está jugando nadie!», pregunta una chica extrañada. Los niños están boquiabiertos. «Estos mayores están locos, ¿qué están mirando?», pensarán seguramente sus pequeñas cabezas. El público adulto ríe a carcajadas y vive con emoción todos los tantos.
Música y baile
Los balcones están adornados con globos, telas, máscaras y pelucas de vivos colores; en las calles se mezclan diversos perfumes. El olor de las rosquillas, talos de Goierri, pasteles de chocolate, panes artesanos... Pero, por encima de todo eso, resaltan la música y los bailes.
Han abierto el Bar Coyote, y los visitantes están paralizados con los hábiles movimientos de los bailarines que están encima de la barra. Después del espectáculo, al igual que los demás camareros, Rosa reparte patatas, aceitunas y bebidas. «Pasamos estos días bailando y cantando -indica al tiempo que te ofrece un poco de vino-. Somos once amigos y hemos trabajado mucho para poder inaugurar el bar. Nos hemos juntado los fines de semana, durante mes y medio». En la barra del bar, tienes a tu lado a José Mari, un vecino de Hernani que está tomando un vermut antes de ir a trabajar. Te da conversación y te revela la enorme importancia que tienen los carnavales para los tolosarras. «Se involucran familias enteras», afirma.
Bush, preso en Guantánamo
Durante un día, Miguel Zeberio y su familia son chinos que venden entradas para los Juegos Olímpicos. Padres, hijos y sobrinos disfrutan «sin grandes com- plicaciones, saliendo de la rutina» y metiéndose en el papel que han escogido. Tras terminar la venta pertinente, irán a ver las vaquillas y a participar en el pasacalles que aúna a tanta gente. Los demás días también saldrán, pero no serán chinos, sino cualquier otro personaje que se les ocurra.
Zeberio resalta la relevancia que tiene la música en las fiestas, sobre todo la charanga, puesto que logra mover todos los esqueletos. En su opinión, aparte de los bailes y sonidos, «el hecho de que haya pocas normas» es otro de los valores. También recuerda que son unos carnavales que no se perdieron con la guerra del 36. «Como para aquella época ya tenían una enorme importancia, los vecinos encontraron la manera de seguir celebrándolos».
En este particular mundo de los carnavales, los bomberos encienden el fuego, y Bush está encerrado en Guantánamo. Porque las fiestas también sirven para reivindicar. Así lo entienden Asier y su comparsa, vestidos todos con buzos naranjas, cadenas y sombreros característicos de diferentes territorios, para explicar que «todos somos Guantánamo»: jamaicanos, mexicanos, árabes, japoneses, americanos... Como todos los años, Asier y sus amigos se reunieron a finales de diciembre para decidir el motivo de la carroza. «No hace falta mucho dinero. Con cuatro telas se pueden hacer cosas curiosas», defienden.
La suya no es la única reivindicación, ya que el movimiento pro amnistía aprovecha la ocasión para pedir que se respeten los derechos de Iñaki de Juana y de todos los presos. Los ciudadanos que están en contra de la incineración también muestran una carroza de protesta.