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Otra vez matan a Marat

¿Trata esta obra de «nuestro tiempo"? Así es y así ha sido siempre con los clásicos: que tratan de todos los tiempos. Para mí, este drama trata de cuestiones tan actuales como la tragedia de los pueblos iraquí y palestino.

Alfonso SASTRE | Dramaturgo

Marat-Sade» fue, en el momento de su creación, durante los años 60 del siglo pasado, algo así como un relámpago que iluminaba y superaba el debate entre el drama tradicional y las experiencias «épicas» de Bertolt Brecht, y entre el teatro meramente lúdico y un escenario documental e ideológico. Estábamos de pronto ante una gran síntesis, más allá de las dudosas recuperaciones del «teatro de crueldad» -de nuevo, un «asalto a la razón»- que se empezó a hacer sobre las huellas de Antonin Artaud. El mismo autor, Peter Weiss, no pudo ir luego más allá de esta síntesis, y se recluyó en las galerías de la seriedad sociológica con el «teatro-documento», que cumplía el sueño que había tenido en otro tiempo Erwin Piscator.

¿Y cómo sería la cosa hoy? ¿Qué sentido tiene y qué significado puede alcanzar una puesta en escena actual de esta obra maestra, a la altura de nuestros días? ¿Será la «revisitación» de un clásico o irá más allá? Quienes van a hacerla tienen la palabra, pero yo, como autor de la versión que se hizo en aquellos años y que hoy se va a hacer en el CDN, pienso en las muchas virtualidades de este texto y en que hoy esas potencialidades se pueden revelar a propósito de lo que se viene llamando en la escena de la realidad mundial el «terrorismo». Marat aparecerá entonces como un mensajero y una encarnación de esa tragedia. Él sería el «terrorista» -que puede llegar hasta su propia inmolación recibiendo desnudo en su bañera a la mensajera de su muerte, Carlota Corday-, frente a la sensualidad de unos niveles sociales presuntamente placenteros, en los que el placer, hoy, ya no es un modo de rebeldía como lo fue en el caso del «divino marqués» de Sade, pues en nuestros días forma la «carne» del llamado Primer Mundo, en sus modos más zafios y ajenos a toda piedad o solidaridad, de tal manera que sería una proclamación del «terror» como método de lucha, pero también el espíritu de la justicia y la utopía.

El «Manicomio» como institución es un tema que, considerado hoy con la fuerza que tiene el texto, puede remitirnos con nostalgia al recuerdo del abandono definitivo de aquellas ilusiones «contrapsiquiátricas» de los años 60 del siglo pasado, y alzarse -realzarse- con una oscura fuerza, imponiendo su opresión sobre -contra- toda rebeldía, maniatada químicamente en los casos más extremados y agudos y a través de los «media» en el transcurrir de la vida cotidiana. Personalmente espero con mucho interés ese aspecto de la cuestión; de lo que podríamos llamar la «tortura psiquiátrica», aunque el corazón de la obra sea -creo que así es, y tal era la opinión del autor, que a mí me comunicó personalmente, diciéndome que aceptaba unos cortes de la censura española en la medida en que no afectaban a este «corazón»- el encendido debate entre esas dos magnas figuras que son Marat y Sade.

En cuanto al «Manicomio» no sólo no ha desaparecido sino que la Sociedad en su conjunto es una fábrica de locura. Yo doy por seguro que quienes preparan esta «revisitación» de «Marat-Sade» nos darán cuenta de ello a través de su trabajo con los «locos» de hoy, que han tomado el testigo de aquellos recluidos en la «Casa de Salud» de Charenton. ¿Cómo se llaman ahora los manicomios? ¿Qué eufemismo se dice para no nombrarlos? Pero, sobre todo, ¿cómo son y dónde están los manicomios de nuestro tiempo?

¿Trata esta obra, pues, de «nuestro tiempo»? Así es y así ha sido siempre con los clásicos: que tratan de todos los tiempos. Por ejemplo, en este caso, la Derecha política y social de hoy, como entidad criminal, puede mostrar su rostro más inquietante en el espíritu de esa enviada del Diablo que es Carlota Corday. Algo estremecedor encontraremos en su siniestra visita, y ello se deberá a que Carlota es un fantasma vivo, que anida en los más oscuros ámbitos desde los que reafirman su dominio los Dueños del Mundo; esos ámbitos desde los que ellos envían a la Vida sus ángeles de la Muerte.

Para mí, en fin, este drama trata de cuestiones tan actuales como la tragedia de los pueblos iraquí y palestino, por ejemplo, y estoy seguro de que nosotros oiremos este lúcido debate entre Jean Paul Marat y el Marqués de Sade con esa especial emoción que se siente en las grandes ocasiones de nuestra vida, que en el teatro no son desgraciadamente muy frecuentes. Este es un drama político en el más profundo sentido de la palabra, pero así mismo trata de la existencia humana como un viaje metafísico hacia la muerte.

Conocí a Peter Weiss, y tuve el privilegio de conversar con él. Yo estoy seguro de que sentiré su presencia entre nosotros cuando su gran obra se represente en Madrid. Espero que además pueda hacerse también en otras partes. Es un regalo que se merece todo el mundo.

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