Crece el abismo entre el discurso occidental y la realidad que padecen los palestinos
El presidente palestino sonríe en Jerusalén ante quienes quieren expulsar a su pueblo de su propia tierra, mientras su gente es agredida. Ilustra el creciente abismo entre las cosas de palacio y el padecimiento de la calle.
Jose Angel ORIA
A la Casa Blanca le han entrado las prisas en relación a Palestina. ¿Intereses políticos domésticos? ¿Necesidad de presentar algo positivo en relación a sus proyectos para Oriente Medio, tras los continuos fracasos en Irak? Sea cual sea la razón de fondo para el cambio de actitud de la Administración de George W. Bush, lo único que queda claro tras viajes como el que realiza estos días Condoleezza Rice es que la idea de los dos estados -uno israelí y el otro palestino-, que el de Texas sigue diciendo defender, no está hoy más cerca de convertirse en realidad. Los dirigentes de Hamas estarían dispuestos a dar una serie de pasos en ese sentido si Israel hiciese otro tanto, pero el primer ministro Ehud Olmert ni está en condiciones de enfrentarse a los cientos de miles de colonos judíos que mantiene en Cisjordania y Jerusalén Este, ni parece estar hecho de la pasta que necesitaría un líder capaz de sacar a su pueblo y a los vecinos de la dolorosa espiral en la que están metidos.
El Gobierno palestino de unidad nacional sí parece preocupar a israelíes y estadounidenses. Eso se desprende de las continuas descalificaciones que recibe dicho Ejecutivo aun antes de nacer. Desde el punto de vista palestino, el Acuerdo de La Meca no puede ser más importante, porque pone fin a los choques interpalestinos y a la tragedia cotidiana en sus calles, y porque abre la posibilidad de que las potencias occidentales pongan fin al boicot económico. Si Tel Aviv y Washington no lo impiden -y recursos para ello tienen de sobra-, el nuevo Gobierno podrá ser presentado en quince días y en él estarán representadas, junto a Hamas y Al Fatah, las formaciones izquierdistas. Uno de los «ministrables», Mustafa Barghouti, afirmaba ayer mismo que la nueva coalición debe tener por prioridad lograr el fin del boicot económico occidental contra el pueblo palestino y la liberación de los parlamentarios y ministros secuestrados por el Ejército de Israel, aspecto éste que casi nunca recogen los medios occidentales, pero que es considerado fundamental por los árabes.
Dice Olmert que seguirá hablando con Abu Mazen, y que el objetivo de esa comunicación es «mejorar la vida de los palestinos». Los presuntos beneficiarios ya saben qué pueden esperar de él: más colonias judías en las mejores tierras, más ataques de personas armadas por el Estado israelí contra bienes palestinos -como ocurrió ayer mismo en una mezquita de Hebrón-, más controles, más secuestros, más bombardeos, más obstáculos a la creación del Estado palestino que los occidentales dicen apoyar... Es tanta la distancia entre el discurso occidental y lo que viven los palestinos, que no habría que descartar que en un futuro más o menos próximo se crease, no un Estado palestino, sino dos, ambos «conviviendo» con Israel: la República Palestina Islámica de Gaza y la República Palestina Arabe de Cisjordania. Esta opción parece hoy más factible que el Estado único y realmente democrático que personalidades palestinas defienden desde hace décadas.