El mítico actor Michel Simon interpretó a Boudu en los escenarios teatrales antes de la llegada del cine sonoro, motivo por el que se conocía de sobra el papel cuando en 1932 lo hizo en la película de Jean Renoir «Boudu, salvado de las aguas». Es de admirar la forma en que este personaje creado por el dramaturgo René Fauchois a principios del siglo pasado ha desafiado al tiempo, llegando a conocer incluso una versión norteamericana dirigida por Paul Mazurski en los 80, con Nick Nolte haciendo de «sin techo» a punto de ahogarse en una lujosa piscina de Beverly Hills. Pero Boudu pertenece en origen a las aguas del Sena y se identifica con la figura eterna del «clochard», aunque en su última reencarnación toma el aspecto de un Obélix hambriento, porque es a Gérard Depardieu a quien le toca convertirse en el famoso vagabundo, que ahora prefiere arrojarse a un triste canal de una ciudad de provincias y, una vez rescatado, comportarse como un «okupa» de nuestros días.

Renoir queda tal vez demasiado lejos como referencia cinéfila, tanto como para los distribuidores castellanoparlantes el título original, que es simplemente el de «Boudu». Por eso la película de Gérard Jugnot, artífice de la estimable «Monsieur Batignole», traduce en clave de comedia lo que Pasolini expresó como una tragedia moderna en «Teorema». Es la llegada del anarquizante elemento extraño la que transforma el hogar burgués, la que pone al descubierto la hipocresía de un matrimonio formado por lo que al otro lado de la frontera denominan «bobos», algo así como burgueses bohemios. Jugnot salva los posibles anacronismos a los que se podría prestar la obra original, al recordar cuál es la verdadera bohemia a cuantos la practican a manera de simple pose retromoderna. La actuación de Depardieu lo dice todo, porque sigue llevando un salvaje dentro que el éxito social no ha logrado domesticar, así que se limita a dejar escapar a la bestia, y es el Jugnot actor quien se presta a recibir gustoso las dentelladas.