La ausencia
Antton Morcillo - Licenciado en Histroria
A tres meses de las elecciones municipales, sigue la incógnita sobre la presencia legal o no de las candidaturas independentistas. No voy a reincidir en lo insólito de tal cuestión ni en los derechos que le asisten al Pueblo Vasco para elegir las opciones políticas que más le agraden. Aunque no esté de sobra repetirlo mientras la injusticia persista, en esta ocasión prefiero llevar la reflexión por sendero diferente.
Desde luego, comparto la preocupación de quienes ven inconcebible otros cuatro años sin la izquierda abertzale en las instituciones locales y no reciben respuestas tranquilizadoras. Es normal. A poco que se haya seguido la actualidad de diferentes municipios de Euskal Herria, con la dificultad que entraña el conocimiento de todos, por supuesto, podemos observar lo que ha sido el común denominador de la legislatura que acaba
En primer lugar, un crecimiento antinatural del tejido urbano muy superior a la demanda poblacional, lo que está generando una enorme bolsa de vivienda vacía destinada a fines especulativos, aumento de suelo urbano a costa de reducir las explotaciones agrarias o el medio natural y la acumulación desmesurada de capital por parte de propietarios de suelo, empresas del sector de la construcción y principalmente entidades bancarias. Finalmente, la sustitución del derecho a la vivienda por el falso y demagógico derecho a la propiedad de la vivienda; esto ha conllevado y conlleva la captación de tremendos recursos sociales necesarios en otros ámbitos, así como la introducción de la vivienda en el mercado como objeto de consumo de primer orden, muy alejado ya del carácter de bien social que debiera tener y que tan reclamado ha sido desde las posiciones de izquierda. Siguiendo la pista a los principales beneficiados por el boom urbanístico, la trama nos lleva a conectar grúas y cemento con BBV, FCC, EBB, PP... En fin, medio abecedario empresarial y político que ha convertido los ayuntamientos en terminales operativas para sus fines comerciales, valiéndose en buena medida de la ausencia institucional de la izquierda abertzale.
En segundo lugar, es apreciable el parón municipal en la promoción y utilización del euskara. Hay ayuntamientos en cuyas actas no se recoge una sóla palabra en euskara en toda la legislatura, aunque alguno de los ediles sea euskaldun. En parte, la presencia de la izquierda abertzale había servido para convertir el euskara en lengua de uso en las instituciones, forzando a que concejales de otras formaciones la utilizaran e incluso la aprendieran. En el ámbito burocrático, la política de perfiles se ha estancado, sin nuevos niveles de exigencia y el relajo en la utilización interna y pública es evidente. En definitiva, estos cuatro años han supuesto un retroceso de 15 en algunos aspectos de la normalización lingüística.
En tercer lugar, es notable la pérdida de protagonismo ciudadano en la acción municipal. Aunque la falta de iniciativa social no sea atribuible a la gestión institucional, no es menos cierto que lo existente ha caído en buena parte en el ostracismo debido a la falta de colaboración de los ayuntamientos, y en particular de las fuerzas políticas presentes en ellos. Las expectativas del movimiento asociativo se han cerrado a cal y canto, y cualquier petición, por pequeña que sea, ha pasado a convertirse en proceso laborioso, complicado y frustrante: desalojo de gaztetxes, jóvenes sin lugar de encuentro, instalaciones municipales caducas y colapsadas, vecindarios de nueva construcción sin asegurar servicios mínimos... Ahora, a diferencia de la legislatura anterior, ningún ayuntamiento saca pecho por tener la gestión más democrática o los presupuestos más participativos. La ausencia de la izquierda abertzale ha provocado la caída de la sensibilidad, aunque oportunista, de otras formaciones políticas hacia el tema de la participación ciudadana: ha pasado de moda.
En cuarto lugar, es apreciable la estandarización de la oferta cultural de los ayuntamientos vascos. La tendencia no es nueva, y en muchos lugares es una realidad que se viene constatando desde bastantes años atrás, pero es éste un carro al que se han subido todos sin indagar alternativas posibles. Vayamos donde vayamos, todo es lo mismo. No se impulsan iniciativas propias, sino que todo es importación e importación de lo mismo.
Las expresiones culturales vascas van directamente al departamento de asuntos indígenas, donde se les procura un txoko folclórico para ponernos la txapela de vez en cuando. Para la masa, las concejalías de cultura se aprestan a contratar espectáculos clones de moda, de la moda de allí, por supuesto, porque aquí renuncian a instaurar modas propias, en parte porque son más caras, en parte porque algunos hacen ideología con ellas y en parte porque otros siguen imbuidos del complejo de aldeanismo que les lleva a suponer que siempre es mejor lo que viene de fuera.
La presencia institucional de la izquierda abertzale no asegura que estas tendencias se inviertan, porque para ello hace falta algo más que unos cientos de concejales. Incluso con poder municipal es difícil que las alternativas cuajen en el corto plazo, pero sí sirve, al menos, para tomar conciencia de que no hay una especie de fatalidad que hace que las cosas sólo puedan ser como son ahora.
Así pues, que la izquierda abertzale pueda concurrir a los comicios y obtener concejales no es sólo una cuestión de derechos democráticos o de necesidad política partidaria, sino también una cuestión de vitalidad social, la que la sociedad vasca necesita, demanda y espera del independentismo.