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Editorial

Resulta difícil estar en contra del documento que el gobierno central presentó para afrontar el cambio climático disminuyendo los gases contaminantes porque es demasiado abstracto. Lo mismo que contradecir el discurso del ex vicepresidente de EEUU, Al Gore, que pretende encabezar la campaña mundial para salvar este planeta de un futuro desastre. Menos discutible todavía es que la acción humana degrada y modifica las condiciones de la tierra (...) Pero los distintos estudios que proliferan últimamente sobre los efectos del cambio climático no pueden ser tomados como cuestión de fe sino como orientativos. Parecidos científicos, hace cincuenta años, en lugar de un calentamiento global, auguraban una nueva glaciación. Pero, sobre todo, es necesario saber a quién benefician estas campañas. En primer lugar constatar que ningún personaje del establishment estadounidense se mueve si no tiene unos fuertes intereses económicos detrás. Cada día son más fuertes y poderosas las empresas relacionadas con la que podríamos denominar industria de la ecología y de las nuevas tecnologías. En segundo lugar, existe un intento de los países desarrollados de dictar leyes que propicien un desarrollo tutelado de los países del tercer mundo hasta hacerse propietarios de lo que se denomina «medio ambiente» a nivel global, poniéndole precio (...). Pero, sobre todo, a corto plazo el cambio climático va a ser utilizado para propiciar una gran reconversión de las fuentes de energía con especial empeño en que se acepten de nuevo las centrales nucleares como panacea de la sostenibilidad.

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