Los abucheos que la película recibió en la Berlinale fueron justos, porque «Ciudad del silencio» desde el punto de vista cinematográfico es una nulidad. Otra cuestión bien distinta es entrar a valorar su contenido y, a pesar de todos los pesares, quiero pensar que resulta positivo, al menos de cara al mercado anglosajón. Denuncia de alguna manera el daño que ha hecho el NAFTA, el tratado de libre comercio norteamericano, culpable de la proliferación indiscriminada de industrias (cadenas de montaje), que permiten explotar la mano de obra barata del lado mexicano. En consecuencia acierta al situar en ese marco fronterizo de dependencia económica el feminicidio de Ciudad Juárez, partiendo del caso concreto de Norma Andrade, madre de una de los centenares de víctimas y fundadora de la organización Nuestras Hijas De Regreso A Casa. Gregory Nava, otrora impulsor del cine chicano con títulos clave como «El Norte», justifica sus concesiones al «star system» oficial latino de Hollywood en su intención de conseguir que el mensaje llegue al gran público. Pero en definitiva sale perdiendo la credibilidad de la historia real llevada a la pantalla, que hubiera ganado en autenticidad con un reparto más mexicano. Las interpretaciones están fuera de lugar, en cuanto que el estilo de culebrón televisivo se impone sobre el del drama social. La telemovie «Virgin of Juárez», en torno al mismo tema, no es tampoco mejor que «Ciudad del silencio», aunque cae menos en el ridículo gracias a su modestia de planteamientos. Los diálogos expresan verdades incontestables que pierden fuerza y eco por estar mal dichas. Suenan a topicazo, sin que la acción contrarreste dicha falta de convicción, en especial las escenas de las violaciones, que parecen sacadas de alguna película casposa de programa doble. Hay alguna frase suelta que se salva de la quema, lo cual no es impedimento para llegar a la triste conclusión de que los rótulos informativos dicen más en unas líneas que toda la narración en su conjunto.