Iñaki y Mikel Soto Licenciado en Filosofía y editor, respectivamente
Tinta de limón
Si tuviésemos que recordar un experimento «científico», nosotros, que somos gente de letras, señalaríamos sin lugar a dudas un ejercicio que solíamos realizar en la ikastola. Cogíamos un papel, un lapicero sin punta, un limón exprimido en un vaso y utilizábamos ese liquido para escribir un mensaje invisible sobre el papel. Posteriormente, acercábamos una llama al papel y, milagrosamente, nuestro mensaje oculto aparecía impreso.
La renovación de la propuesta para la resolución del conflicto realizada por Batasuna no ha generado los ríos de tinta que cabría esperar, ni siquiera de tinta de limón. En general, los políticos la han acogido con frialdad o con cinismo. La excepción han sido algunos expertos en la izquierda abertzale (IA), afanados en desvelar el mensaje «oculto». En realidad, su objetivo es aislar y anular las potencialidades del mensaje explícito lanzado por Batasuna.
La declaración establece la necesidad de una transición acordada. Ese marco tiene rango de paso táctico, puesto que la resolución de la fase armada de un conflicto no supone el fin de la política, ni aquí ni en ningún otro sitio. La propuesta establece también que ese acuerdo es el objetivo del proceso actual. No se trata, por tanto, de diseñar un estatus jurídico final, sino de fijar unas reglas de juego democráticas que posibiliten la realización futura de todos y cada uno de los proyectos políticos en igualdad de condiciones. En ese sentido, no cierra las puertas a la autonomía, sino a cierta clase de autonomía. No se trata de neo autonomismo, sino del soberanismo de toda la vida.
El elemento más novedoso de la propuesta es, quizás, que atenúa la concepción «rupturista» clásica de la IA. En cualquier caso, ese rupturismo pertenece más a la percepción foránea de la mentalidad y la retórica de los simpatizantes de ese movimiento que al programa político de su militancia. En ese sentido, el punto número cinco de la alternativa KAS de 1978 o el Autonomi Estatutu Nazionala de 1991 son ejemplos irrefutables de ese escalón táctico que la IA siempre ha defendido y que algunos pretenden ahora olvidar. Por razones obvias, intentan hacer desaparecer de la memoria colectiva a Josu Muguruza presentando el AEN, precisamente en el velódromo de Anoeta, como una herramienta de trabajo imprescindible para avanzar hacia un escenario de paz y libertad. Recordarlo sería ofrecer una vez más a la sociedad vasca un retrato del ininterrumpido compromiso de los militantes de la IA con la consecución de una paz justa y duradera para Euskal Herria.
El modelo de transición propuesto es, ciertamente, reflejo del tan zarandeado realismo político. Sin embargo, ese realismo no supone la legitimación del marco actual, como pretenden sus críticos, sino la constatación de la necesidad de una fase política transitoria que, desde el punto de vista abertzale y de izquierdas, es crucial para conseguir sus objetivos estratégicos, a saber, la independencia y el socialismo.
Aquéllos que buscan en la propuesta de la IA la aceptación del «suelo democrático vigente», como planteaba Ramón Zallo (GARA, 23-2-2007), pretenden leer la tinta de limón que ellos mismos han sobreimpreso en la propuesta. Pretenden de ese modo justificar sus propias propuestas y actitudes, no ayudar a comprender mejor la situación política que vivimos. Porque siguen empeñados en considerar que, tal y como señala Imaz, el diálogo político es posible en la actualidad «dentro del sistema y desde la legitimidad democrática de las instituciones» y los acuerdos políticos enfocados a la resolución del conflicto no tienen «como finalidad corregir una supuesta carencia de legitimidad». La pregunta que surge es evidente: ¿de qué conflicto hablan si no es del de la falta de legitimidad del marco actual para una parte importante -mayoritaria- de la sociedad vasca?
En el libro «Mañana, Euskal Herria» Arnaldo Otegi planteaba, allá por 2005, el verdadero sentido estratégico de ese periodo transitorio: «No planteamos que se reconozca el derecho [de decisión] el día 10 y se ejercite el día 11, porque nosotros somos independentistas y lo que queremos es que el ejercicio de ese derecho nos lleve a la creación de un estado independiente. Eso significa que este país tiene que crear las condiciones sociales para dar ese salto, porque quinientos años de ocupación, siglos de guerras y veinticinco años de autonomismo nos han erosionado buena parte de los cimientos necesarios para construir un estado independiente y eso va a haber que reconstruirlo (...). ¿Cuánto tiempo nos llevará eso? El que tardemos en convencer a la gente de que ésa es la mejor opción. Mientras tanto viviremos en un escenario de transición que tendrá que ser acordado».
De tanto acercar el mechero a la propuesta parecería que algunos de esos analistas, en vez de descifrar su sentido oculto, pretenden quemar la fuerza del negro sobre blanco. Esa fuerza reside tanto en las respuestas que da la propuesta como en las preguntas que deja en el aire. ¿Qué otra propuesta realizada en los últimos años por algún agente político garantiza como lo hace la propuesta de Batasuna una superación negociada de la fase armada del conflicto vasco o garantiza que, en base a sus condiciones, nadie en Euskal Herria va a considerar necesaria la violencia política, porque sus objetivos democráticos van a poder ser defendidos legítimamente?
Como a Sarrionandia, «laket zait zitroi urez izkiriatzea»; especialmente para ver el rictus de agrura que se les queda a algunos al ver que la IA sigue manteniendo intacta su capacidad histórica de poner sobre la(s) mesas(s) propuestas con el recorrido político y la aceptación social suficiente como para poner a este pueblo en marcha hacia su libertad.