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Belén Martínez Analista social

¿Combatiente y heroína de la paz?

Los desastres de la guerra siguen atormentando a las personas que sufrieron en sus carnes los efectos de las bombas. Mientras tanto, la OTAN otorga medallas a sus combatientes

Nos cuentan que Idoia Rodríguez murió en «misión de paz». Para mí, la soldado murió víctima de una cultura de la guerra y de la violencia, de la que ella también fue partícipe y responsable.

El presidente del Gobierno y el ministro de Defensa de España impusieron la cruz del Mérito Militar y la medalla de la OTAN a Idoia. Cruz y medalla que encubren el fracaso manifiesto de la denominada «alianza de civilizaciones» y de la solidaridad material, intelectual y moral. Es necesaria una relación y una cooperación, entre los pueblos, sensible a la violencia estructural que existe bajo formas de pobreza creciente, injusticia social y económica, exclusión y desigualdad. ¿Acaso alguien puede creer en misiones de paz y vías diplomáticas proactivas lideradas por militares y estructuras para la guerra y la destrucción, como la OTAN?

Durante la ofensiva estadounidense en Afganistán se lanzaron más de 1.200 bombas de racimo contra bases militares y posiciones de los talibanes próximas a núcleos de población. Fuentes de la ONU cifran en cerca de 40.000 las municiones que no explotaron. Cuando las bombas de racimo estallan, las municiones que contienen se dispersan abarcando grandes superficies. Hoy sabemos que en Afganistán no sólo se lanzaron flores para las mujeres de Kabul, sino también bombas de racimo similares a paquetes de ayuda humanitaria. ¿Quiénes las fabricaron? ¿Quiénes las lanzaron? ¿Quiénes las están desactivando?

Según estimaciones de la ONG Handicap International, se han utilizado bombas de racimo en más de una veintena de conflictos, causando más de 100.000 muertes. Entre un cinco y un 30 por ciento no llegan a explotar, quedando dispersadas o enterradas en el suelo. El 98 por ciento de las víctimas de bombas de racimo en los últimos 30 años ha sido la población civil. Las niñas y niños iraquíes, afganos, libaneses y saharauis conocen bien las heridas, las mutilaciones y las secuelas de esa lluvia de acero que, en numerosas ocasiones, surca el cielo con formas y tamaño de ayuda humanitaria. Las misiones de paz quebrantan los huesos y mutilan los sueños. Los desastres de la guerra siguen atormentando a las personas que sufrieron en propias carnes los efectos de las bombas. Mientras tanto, la OTAN otorga medallas a sus combatientes.

El pasado mes de noviembre, el Gobierno español no consideraba «conveniente» prohibir la fabricación de los dos modelos de bombas de racimo que se producen en España: la CBU-100B (Rockeye), la antipista BME- 330 y la granada de mortero MAT-120, siendo las empresas fabricantes Explosivos Alaveses, Instalaza, SA, Santa Bárbara e Internacional Tecnology SA, según un informe de Greenpeace.

España se adhiere al compromiso alcanzado en la Conferencia de Oslo por 46 Estados representados en ésta, para aprobar en 2008 un Tratado «que prohíba el uso, producción, transferencia y almacenamiento de estas municiones». «Arma virumque cano» (Canto a las armas y al varón), escribió el poeta Virgilio.

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