ALICIA STÜRTZE Historiadora
Cuando seguridad y represión son sinónimos
Los titulares de telediarios y periódicos recuerdan cada vez más los de «El Caso», aquélla tan denostada (y tan popular) publicación periódica del franquismo, dedicada a «informar» sobre todo tipo de abyectos y lúgubres crímenes, que describía con todo lujo de detalles y acentuada morbosidad. Exactamente igual que ahora, en que no hay día que no nos detallen algún sangriento y anecdótico suceso, con el mismo peso informativo (y el mismo estilo apocalíptico) que las broncas políticas, la corrupción o las previsiones meteorológicas; y siempre (los tiempos son importantes) justo antes o después de alguna noticia sobre «terrorismo», kale borroka, inmigración, droga , criminalidad ciudadana y/o crimen organizado, para que así nos penetre mentalmente todo en el mismo paquete. (Y es que, que nadie piense que es casual la introducción en el lenguaje periodístico español de la palabra zulo o de la k vasca para referirse a la lucha de los okupas).
La realidad objetiva demuestra la práctica imposibilidad de que tengamos una experiencia directa con ese asesino en serie con el que nos aterrorizan, pero los medios se empeñan en hacernos sentir subjetivamente que esos criminales sin escrúpulos y/o psicológicamente enfermos los tenemos a la vuelta de la esquina, en el hueco de la escalera, acechándonos al salir del cine, dispuestos a violarnos o a destriparnos... y que, según se desprende, responden a una patología mental muy parecida a la de personajes «sanguinarios» como Fidel Castro o Hugo Chávez... o, desde una perspectiva mucho más «local», Iñaki de Juana, a quien un psiquiatra en ciernes como el director de «El Mundo», Pedro J. Ramírez no duda en equiparar en su último editorial con Hannibal Lecter...
El objetivo de esta manipulación mediática parece claro. Se trata de que la mayoría interiorice que la inseguridad que vitalmente sentimos no tiene nada que ver con la inseguridad a la que nos conduce la violencia estructural del capitalismo, sino que está ligada a una criminalidad en auge tanto cuantitativo como cualitativo que, junto a su alter ego el «terrorismo» y la inmigración, constituye, a juzgar por las encuestas del CIS, uno de los problemas más graves a los que se enfrenta la sociedad «democrática». Una inseguridad así caracterizada sólo puede combatirse con una intensificación de la represión: cuantos más policías mejor, cuantas más cámaras públicas y privadas mejor, cuanta mayor colaboración ciudadana mejor, cuanto más duros sean los castigos mejor... Indefensos frente al «crimen», la estrategia es reforzar el sistema represivo-institucional, incrementar la seguridad privada y endurecer la ley.
El binomio inseguridad/seguridad tiene componentes objetivos y subjetivos. No cabe duda de que no es igual, ni lo perciben (o no lo deberían percibir) igual los ricos que los trabajadores, o que los luchadores, o que los pobres y los excluidos. Como tampoco cabe duda de que la presencia de la policía produce sensaciones diferentes según a quién, por razones obvias. Sin embargo, lo que sí es objetivamente cierto es que la inseguridad que en esta fase neoliberal del capitalismo padecemos los trabajadores está relacionada con las drásticas reducciones de la protección social, la precariedad laboral, la imposibilidad de acceder a una vivienda y de construir un proyecto de vida, la competitividad salvaje, la incapacidad de hacer frente dignamente a la vejez, la sensación de no controlar la propia vida, la falta de comunicación y solidaridad, el abandono de los espacios públicos, el miedo a «la calle», el debilitamiento del sentimiento de pertenencia, de comunidad...
Pero con ese planeado martilleo en torno al «crimen», logran que canalicemos nuestros miedos, insatisfacciones y frustraciones por la estrecha vía de la criminalización de los excluidos y los resistentes, y que desvirtuemos el origen de nuestra inseguridad que, lo reconozcamos o no, tiene un claro componente nacional y de clase.
Camufladas así nuestras inseguridades sociales reales, aceptamos el desarrollo de un Estado penal y policial con plenos poderes sobre nuestras vidas y e impunidad para invadir nuestra privacidad a unos niveles impensables hace pocos años. En bien de la seguridad, apoyamos los proyectos de ciudad (idénticos todos ellos) de nuestros alcaldes-constructores, con sus barrios-ghettos (policialmente «controlados» unos, «protegidos» otros con «seguridad» privada), y sus espacios públicos convertidos en cárceles de cemento, en las que vagabundear, comunicarse y/o concentrarse es objeto permanente de persecución; salvo, claro está, cuando se trata de gentes de orden como los (neo)franquistas que, como han vuelto a demostrar en Madrid, tienen carta blanca para exhibirse en toda su amenazante dimensión, cuando y donde les da la gana.
Una sociedad con vocación punitiva, que se vigila a sí misma y es incapaz de identificar que su inseguridad y la de su entorno no la genera básicamente ningún vecino «sospechoso», ni el emigrante que mendiga en la calle, ni los que salen a manifestarse, ni tampoco los pequeños ladrones... es una sociedad miedosa, inmadura, desequilibrada, egoísta, intoxicada, individualista, paralizada, excluyente y peligrosa para quienes combaten por un mundo más justo, en cuanto que confunde lucha con inseguridad/caos, y seguridad y orden con represión, castigo y cárcel. Es, pues, una sociedad con todas las características que más convienen a la pervivencia de este capitalismo y este imperialismo salvajes que nos toca padecer.
Hay que reconocer que los medios de comunicación han hecho bien su trabajo. A nosotros nos corresponde buscar vías para deshacérselo.