Aveces las malas películas resultan entretenidas o presentan curiosidades que se salen de lo trillado, porque no es nada habitual ver un thriller terrorífico dirigido por Roland Joffé, cineasta de prestigio tiempo atrás. Tampoco es normal asistir a una en teoría pionera coproducción ruso-norteamericana, escrita además por el veterano del género fantástico Larry Cohen, que parece tomarse a broma las películas a la moda sobre situaciones claustrofóbicas con secuestrados en manos de sádicos psicópatas adictos al juego del gato y del ratón. No deja de tener su gracia que la rehén de turno se enamore de uno de sus captores, ignorante de dicha oculta condición, junto con otros giros argumentales no menos disparatados y chocantes, que hacen de «Captivity» un espectáculo involuntariamente divertido.

El público potencial de «Captivity» se sentirá atraído por la presencia de la rubia Elisha Cuthbert, pero para este cronista que no sigue las series televisivas norteamericanas actuales, convencido de que no se está perdiendo gran cosa, es mucho más llamativa la intervención de un característico del cine independiente tan extraño como lo es Pruitt Taylor Vince, quien ejerce de cocinero (dueño de un servicio de catering para fiestas de famosos) perturbado por la idea del coleccionismo humano, invariablemente de cotizados ejemplares del sexo femenino. Un tema recurrente al que Larry Cohen imprime su consabida segunda lectura de rigor, aquí relacionada con la deplorable filosofía del éxito que prima en la sociedad consumista la apariencia externa sobre cualquier otro principio ético.

La bella modelo publicitaria vive aislada en una burbuja de falsa seguridad, hasta que alguien intenta adueñarse de su imagen sin pasar por caja. El cautiverio será la demostración de que, en definitiva, está sola en el mundo, así como de la imposibilidad de ser amada por lo que realmente vale, en caso de que bajo el maquillaje y la pose fotogénica exista una persona de carne y hueso con verdaderos sentimientos.