Josemari Lorenzo Espinosa Profesor de Historia
Huérfanos de ETA
Siempre hemos creído que, algún día, ETA tendría que desaparecer. Siempre hemos deseado que ese día fuese el siguiente a la independencia. Y, por lo mismo, que llegara cuanto antes. Siempre hemos sabido (desde 1976) que Euskadi Ta Askatasuna tenía una alternativa para encajar esa desaparición en el contexto de la lucha nacional vasca, por la libertad y el socialismo. Pero los gobiernos españoles, desde Espartero a Zapatero, han preferido siempre la victoria a la paz. (De los franceses mejor no hablar). Tal vez porque la primera se logra a la fuerza y es lo que mejor saben hacer los gobiernos. O porque la segunda, acompañada de la razón y la justicia, es políticamente más cara (amnistía, legalización, autodeterminación, reconocimiento del otro...).
¿Podemos pensar que el actual gobierno español ha cambiado respecto a los anteriores, o a los republicanos del siglo pasado? Rotundamente no. Para los socialcapitalistas Zapatero, Rubalcaba, Alonso, López, Egiguren, Zabaleta... y hasta Madina, aquí no hay otro conflicto a resolver que el de las armas del otro. Para el PSOE del 2007, como para el felipismo, el único problema es ETA. En cuanto tienen ocasión lo dicen. Véase López: «aquí no hay problema nacional, aquí no hay ocupación, ni invasión, ni colonialismo..(...) para qué un referéndum?». También mister PESC-Solana cuando lo de Montenegro... etc., etc. No digamos la intocable Constitución, con su galimatías contradictorio entre Nación y nacionalidades (art.2), pero su única grannación.
Tal vez lo que haya cambiado en los últimos años sea la situación de HB. Cuando menos incómoda y más perseguida de lo habitual. En todo caso ilegalizada y, por lo tanto, impedida si no de actuar políticamente sí de hacerlo institucionalmente. Jamás lo hubiéramos pensado, pero resulta que las instituciones «democráticas» hispanovascas se han convertido en algo vital para quienes aspiran a liberal a Euskadi de la opresión extranjera. Es decir, de esas mismas instituciones. No es que esto sea exageradamente heterodoxo en una táctica de izquierda, pero sí es una buena paradoja que habrá que resolver de algún modo. Porque la verdad yo sigo creyendo con Jose A. Etxebarrieta que, todavía hoy - como en tiempos de Agirre- el error intervencionista consiste en creer que la legalidad del ocupante nos va a devolver la libertad o facilitar la independencia. Así que, además de la desaparición de ETA, lo que sin duda está en juego en el «proceso» es la normalización-legalización de la izquierda abertzale que, aunque no estuviera dirigida por ETA (como ahora dice Garzón) es una unidad de destino en lo nacional.
Todo esto nos lleva a una curiosidad histórica: lo que hoy perseguimos es prácticamente lo mismo que en 1976, cuando ETA aceptó como suya la Alternativa de KAS, para encauzar el conflicto por otra vía que no fuera la lucha armada. Estos días, algunos se acuerdan de los puntos de aquella Alternativa. Y lo cierto es que, mutatis mutandi, la coyuntura es mucho más parecida a la de 1976 que, por ejemplo, a la de Lizarra-Garazi. Supuesto que la independencia, el socialismo, el euskera o la territorialidad son programa innegociable, lo que se estaría «procesando» tiene que ser algo parecido a la amnistía, la legalización, el reconocimiento de la soberanía... O sea, que me tranquilizaría saber que estamos al final del recorrido que se inició en 1976 y, sobre todo, que la alternativa táctica no va a desplazar nunca a la estratégica. Si fuera, entonces, que estamos en eso de sentar a la mesa a España y Francia, a sus partidos y fuerzas sociales, y en torno a un debate que en sustancia refleja el recorrido político que tenían las alternativas tácticas, uno no sabe si brindar por el éxito o desesperarse por la espera.
En los países superdesarrollados, pero políticamente dependientes, la cuestión ahora es saber si la resistencia nacional política puede sustituir a la lucha armada con alguna garantía de constituirse en poder fáctico civil, capaz de cambiar las cosas. La izquierda abertzale ha demostrado ser uno de los colectivos europeos con mayor capacidad de organización y militancia. Pero licenciar a ETA militar (o político-militar), antes de la independencia.. nunca me ha parecido tarea fácil.
En una Europa políticamente deshabitada, desde el 68, con una sociedad inerme y una clase obrera desfilando en su liturgia del día del trabajo, endomingada y pacifista, los grupos como Brigadas, Bader, Ira, Eta, Terra, corsos... eran el único poder fáctico que tenía la clase o la nación oprimida. Blanqueada la acción directa del anarquismo histórico, fulminada la guerrilla urbana, entregados los nacionalismos al caramelo autonómico, asimilados los trabajadores por el capitalismo asistencial... ¿seremos capaces de organizar una respuesta civil suficiente?
Euskadi Ta Askatasuna ha sido (es) la referencia histórica de varias generaciones de vascos. Ha hecho más por la concienciación nacional y social, en los últimos 50 años, que cualquier otro grupo de los que en el franquismo, como mucho, se limitaron a esperar la muerte del dictador. «Ningún otro movimiento nacido en esos cuarenta años ha tenido una influencia política, social o cultural comparable» (G. de Cortázar). «La presencia de ETA sirvió para demostrar que el pueblo vasco estaba vivo» (I. Egaña). ETA ha sido «cantera de toda una generación de militantes que (...) contribuirá de manera decisiva a configurar una izquierda política y sindical de signo radical, no necesariamente nacionalista, que jugará un papel de primer orden...». (P. Unzueta). Y así podíamos aportar decenas de juicios positivos, lo mismo de amigos o enemigos.
ETA no empezó esta guerra y parece que tampoco la va a terminar. Pero cuando desaparezca, el Estado habrá alcanzado una de sus premisas fundamentales: el monopolio de la violencia. Los ciudadanos desarmados, los nacionalistas perseguidos y los obreros (con)vencidos tendrán entonces que reinventar nuevas formas de oposición si quieren recuperar algún día su poder fáctico. Aunque para algunos esto sea tan idealista como querer continuar la lucha armada en un escenario social en que, a fuerza de minimalismo político, han desaparecido las utopías de siglos anteriores. Ojalá no tengamos que parafrasear un día al filósofo cínico: el IRA se ha rendido, ETA se ha rendido... y yo mismo no tengo últimamente muchas ganas de guerra.