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De la parada lealista de la Plaza del Castillo al «simply the best" del adiós

abía entre ellos jóvenes de quince años que retaban a rojillos de la misma edad a improvisar un partido en Mercaderes. también niños que cruzaban gritos de «Rangers" con otros de «Osasuna". Y viejecitas con camiseta azul que a 2.000 kilómetros de Glasgow no se resignaban a quedarse sin su té verde de las 5. H

Ramón SOLA

Pero el escenario central fue la Plaza del Castillo, que atrajo como un imán a los miles de escoceses que se acercaron a Iruñea para jalear al Glasgow Rangers.

En Iruñea quedó muy claro que el fútbol es sobre todo identificación con unos colores que transmiten una procedencia, y muchas veces incluso una ideología. La de los Rangers es la del Reino Unido, la «quinta esencia» británica a la que prometieron amor eterno en el partido de ida con una enorme bandera. Ayer plantaron en la Plaza del Castillo no menos de treinta enseñas, todas ellas británicas. La única con las barras escocesas llevaba el lema «Scots Ulster», en alusión al Norte de Irlanda sometido a la Corona británica. Algunas «manos negras» unionistas y en casi todas, la misma palabra: «Loyal». Los aficionados del Rangers son leales a su equipo, pero ante todo son lealistas. Tanto como monárquicos.

El primer grupo que llegó al mediodía colgó la Union Jack de los plataneros de la plaza y, a su lado, una pequeña bandera española, quizás como saludo a los anfitriones. Unos aficionados rojillos se encargaron de hacerles ver que aquel símbolo no era muy pertinente.

La directiva de los Rangers había hecho un llamamiento a reunirse en la Plaza del Castillo, e incluso a quedarse en Bilbo o Gasteiz para ver el partido en un bar sin provocar conflictos en los accesos al estadio rojillo. Sus seguidores le hicieron caso convirtiendo el cuarto de estar de Iruñea en territorio futbolero desde el que increpar al Celtic, su eterno enemigo, ridiculizarle con cánticos como «One team in Europe» («Un solo equipo en Europa»), y aclamar a Kaká, el jugador del Milán que marcó la pasada semana el gol que eliminó al Celtic de la competición continental. Esta rivalidad fratricida es la culpable de que los rangers odien el color verde, y que torcieran el gesto ante las camisetas de la selección de Euskadi, que además les recuerdan las de la odiada Irlanda. A las 18.0o las voces de todos se unieron desde las cuatro esquinas de la Plaza en un solo cántico: «God save the Queen».

Y junto a la exaltación de los «valores» propios, la juerga, el objetivo al que habían llegado en vuelos baratos vía Glasgow, Edimburgo, Londres o Dublin con parada intermedia en Biarritz, Gasteiz, Bilbo, Zaragoza o Valladolid. No hacía falta gran cosa: los bares de la Plaza; el supermercado de Santo Domingo; un par de tiendas en las que explicaban que «ha habido que enchufar las cámaras del almacén, como en Sanfermines»; y un improvisado frigorífico para enfriar las litronas, la fuente del kiosko de la Plaza del Castillo.

Los escoceses se encontraron, además, con un día espléndido. Y el sol les hizo la pascua a los bares, al menos hasta que el balón echó a rodar en El Sadar. Algunos lamentaron la inversión perdida (en alguno se llegaron a encargar hasta 3.000 litros de cerveza). Otros, por contra, respiraban aliviados: «Ayer me contaron cosas terribles sobre cómo destrozaban los bares y estaba angustiada -explicaba la responsable de una taberna-. Pero lo cierto es que sólo han entrado un par de directivos y una viejecita a pedir un té verde», indicaba a media tarde.

No hubo tanto chollo

Con un palmo de narices se quedaron también muchos de los rojillos que habían soñado con pagarse el abono del próximo año vendiendo la entrada de ayer. La mayor parte de los hooligans de Glasgow sabían desde hace semanas que El Sadar no daría a basto, y llegaban con la única preocupación de saber cuál sería el mejor bar para ver el partido en televisión... y seguir bebiendo al mismo tiempo. Quienes tenían mucho interés en entrar al campo se llevaron por la mañana las últimas 300 entradas. Entre el resto, fueron pocos quienes se atrevieron a pagar los 300 euros de media requeridos en la reventa. Hubo quien pedía 600. Por pedir...

Tampoco tuvieron excesivo éxito otras tentativas comerciales. Los Billy Boys (nombre que toman con orgullo de un asesino de católicos de los años 20) iban a lo suyo: un día de fiesta y de autoexaltación en una ciudad en la que, además, se puede beber en la calle y fumar en el campo, algo que en Ibrox Park está terminamente prohibido.

La fiesta se acabó cuando empezó a rodar el balón y se confirmó que su equipo está muy lejos de su afición, y también de Osasuna. Para entonces se ha- bían llevado un montón de porrazos. Pero acabado el partido, les habían reservado un guiño: por los altavoces sonó a tope el «Simply the best» de Tina Turner. Y los «rangers» resucitaron y rugieron como un trueno, por última vez en Europa este año. Quizás no sean los mejores, pero sí son inimitables.

 

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