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«Little difference»

Partiendo de la definición que Samir Amin hace de cultura política, Iñaki Soto plantea ejemplos de las diferencias entre Euskal Herria y los estados español y francés. En su opinión, hay que empezar a pensar que la manera que españoles y franceses tienen de hacer las cosas no es la única posible. Es hora, dice, de que sintamos la punzada de nuestro orgullo y nos decidamos a ganar este combate.

El título de este artículo toma como referencia una conversación entre Jules Winnfield (Samuel L. Jackson) y Vincent Vega (John Travolta), en la película «Pulp Fiction». Este último explica a su socio las diferencias entre Europa y los Estados Unidos de América. En su opinión, lo más destacable son las «pequeñas diferencias». La conversación es corta pero recoge algunas de esas diferencias: la cultura del ocio, elementos de la vida cotidiana como el sistema métrico, el idioma, las costumbres gastronómicas, el sistema policial y penal...

Tomando esa escena como excusa, pretendo hacer una breve reflexión sobre los elementos diferenciadores entre naciones. La reflexión toma como referencia dos planos distintos. Por un lado el plano cotidiano, al que ya hemos hecho referencia. Por otro, un plano teórico más complejo, que se basa en el concepto de «cultura política». En todo caso, intentaré aclarar cómo se interrelacionan ambos.

Como consecuencia de la llamada globalización, vivimos una época en la que algunos de los pilares de la identidad nacional están en cuestión. Los rasgos culturales son los que más sufren este fenómeno. Más allá del debate sobre la existencia o no de una sociedad global, parece evidente que hoy en día recibimos multitud de elementos identitarios que nos hacen sentir más cercanos a personas de fuera de nuestras fronteras que a muchos de nuestros compatriotas. Asimismo, las referencias culturales comunes no son ya patrimonio exclusivo de nuestros connacionales.

Quiero advertir que este fenómeno no es del todo nuevo. Por ejemplo, la lucha generacional ha sido, históricamente, un elemento similar al que hemos expuesto aquí. El corporativismo es otro elemento de esa naturaleza.

En términos políticos se considera, con muchos matices, que decisiones políticas tomadas a miles de kilómetros afectan cada vez más a otras naciones, condicionando el modelo clásico de soberanía. Como digo, no es este el tema de este artículo y no voy a profundizar en ello.

En relación con lo expuesto, uno de los debates clásicos en las teorías del nacionalismo es si los fenómenos nacionalistas pertenecen prioritariamente a la esfera política o a la esfera cultural. Es decir, si las naciones son básicamente entidades políticas o entidades culturales. Por describir esas posturas muy esquemáticamente, podríamos decir que los primeros analizan la relación entre estado y nación o el despegue del nacionalismo en relación al despegue del capitalismo. Mientras tanto, los segundos se centran en las características culturales como la lengua, las tradiciones, la historia de los pueblos... Creo, de todos modos, que esa dicotomía es falsa y que, en la actualidad, el elemento central que diferencia a unas naciones de otras es el resultado de la dialéctica entre ambas esferas. Las naciones se identifican y se diferencian, ante todo, por su cultura política.

A qué nos referimos cuando decimos cultura política? Samir Amin la define en los siguientes términos: «la cultura política es el resultado complejo de las luchas sociales históricas en un determinado país, combinado con los conflictos internacionales que definen el lugar de la nación en el orden global». Partiendo de esa definición, considero que las principales diferencias entre vascos y españoles o franceses quedan reflejadas en nuestra cultura política. Y creo que de ahí se pueden derivar una cantidad importante de pequeñas diferencias, que no por pequeñas son irrelevantes. Intentaré poner un grupo reducido de ejemplos, que en mi opinión dan una imagen clara de lo que quiero decir.

Los españoles doblan las películas al castellano. Es decir, la voz que nosotros oímos al ver las imágenes de Vincent Vega no es la verdadera voz de John Travolta, aunque a nosotros nos parezca raro oírle hablar con su propia voz. En cientos de culturas las películas no se doblan, se subtitulan. La diferencia más importante en términos culturales entre vascos y españoles es la lengua. La diferencia más importante en este sentido en términos de cultura política es la valoración de las lenguas. Ni que decir tiene que la soberbia francesa no tiene competidora en este terreno.

Como consecuencia de lo anterior, los franceses tienen un sistema universitario que los españoles copiaron y que por estos lares parece tener rango de universal. Nada más lejos de la realidad. Este modelo universitario responde a un modelo burocrático concreto, al sistema político hispano-francés. Puestos a buscar modelos universitarios miremos a Alemania o a los países anglosajones.

Ambos estados tienen un sistema carcelario líder en conculcación de derechos humanos. Así, el último eslabón del «estado de derecho» pasa a menudo a ser el primero. Existen sitios en el mundo donde la cárcel es, realmente, la última estación del sistema punitivo. Nuestra historia, en la que un porcentaje terrible de la población ha vivido o vive una experiencia trágica en relación a la cárcel durante los últimos 80 años, nos habilita para construir un sistema penal alejado del reino de talión que padecemos. Las diferentes posturas de la ciudadanía vasca y de la española ante la excarcelación, por un lado, de los responsables de los GAL y las medidas aplicadas a Iñaki De Juana, por otro lado, expresan esta realidad. Si no, entren en los foros de los principales medios de comunicación españoles y vean.

Ambos estados tienen ejércitos y una cultura militar de la que nosotros carecemos -ni siquiera ETA puede ser considerada una organización militar in sensu stricto, a diferencia de otras organizaciones similares como el IRA-. Este elemento de la cultura política tiene relación con asuntos de política internacional, como la neutralidad, y con elementos de organización política interna, como la función policial. Volviendo al mundo catódico, los españoles no dejarán nunca de ser Horatio y nosotros aspiramos a ser Grissom (CSI).

Como podemos ver, hay ejemplos que van desde lo más nimio hasta lo más vital. Por ello, quiero reivindicar que debemos ahondar en las pequeñas diferencias que se derivan de nuestra cultura política, radicalmente distinta de la de los estados que nos dominan. La vía directa para ello es empezar a pensar que existen cientos, miles de maneras de hacer las cosas; tanto las cotidianas como las socialmente más importantes. Es decir, que la manera de hacer las cosas de los españoles y los franceses no es la única manera que existe. Tampoco es necesario inventar nuevas maneras, sino adaptar algunas, piratearlas, puesto que existen modelos distintos. Cuando menos, tantos como países en el mundo.

Quiero subrayar que esta argumentación no sirve como justificación para hacer dejación de elementos culturales importantes, elementos centrales de las naciones que constituyen las grandes diferencias entre unas naciones y otras. Elementos que, como la lengua, son característica esencial de algunas naciones -entre ellas, la nación vasca-. Tampoco considero legítima la pretensión de promover sin criterio esas pequeñas diferencias. He intentado dejar claro que esas diferencias se derivan de la diferente cultura política existente entre dos naciones, no a partir de un programa artificial que las promueva con el único fin de acentuar la diferencia.

En definitiva, considero que uno de los elementos centrales que caracterizan hoy en día a las naciones, uno de los elementos distintivos entre naciones que comparten frontera y que tienen elementos culturales, políticos y sociales comunes, es la cultura política. Las pequeñas diferencias no son sino reflejo de esas grandes diferencias al entender nuestro lugar en el mundo.

Para no abandonar totalmente «Pulp Fiction», es hora de que sintamos la punzada de nuestro orgullo, de que dejemos de besar la lona voluntariamente y nos decidamos a ganar este combate. No hay soborno que pueda acallar esa punzada. De otro modo, nuestro destino es el de Zed. ¿Quién es Zed? «Zed está muerto, nena».

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