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Amaia EREÑAGA

Tres décadas de teatro y una nueva sala para los veteranos eibarreses

Juan Ortega y Txema Cornago son toda una institución. Ellos, con un pacto que parece indisoluble desde más de tres décadas, son los «causantes" de que las Jornadas de Teatro de Eibar se hayan convertido en un referente en la escena vasca. Ahora, casi al final de la edición número treinta del festival, llega la renovación con su paso al remozado Teatro Coliseo, que se inaugura precisamente este mediodía. Pero las Jornadas no paran.

El hecho de que se inaugure un teatro hoy en día es noticia, en estos tiempos en los que lo normal es que se cierren. Un ejemplo clarificador de algo que se está extendiendo como una plaga es Eibar, una localidad que vivió épocas mejores, con dos teatros -el Amaya, reconvertido ahora en un parking, y el Coliseo, que parecía abocado al limbo de los proyectos municipales sin cumplir- y dos cines comerciales, de los que en la actualidad sólo mantiene abiertas sus puertas uno de ellos, el Unzaga. Como en los cuentos, se podría decir que allí, lejos del centro de la localidad, en la frontera con Bizkaia, en una pequeña sala se mantenía viva la llama del teatro. Podría parecer una broma, aunque no lo es: lo que inicialmente comenzó siendo una actividad extraescolar se ha convertido en uno de los festivales con más raigambre de Euskal Herria. En la actualidad, en los cuatro edificios que forman la infraestructura educativa que linda con Ermua conviven, por un lado, el Complejo Educativo -antes Universidad Laboral y luego Centro de Enseñanzas Integradas; tiene también residencia-, donde se imparten enseñanzas medias, y, por otro, la Escuela Universitaria de Ingeniería Industrial. El salón teatral y las Jornadas se encuentran en el Complejo Educativo, desde donde hace más de treinta años -«comenzamos a numerar las jornadas hace 30 años, pero la actividad empezó antes», explica Juan Ortega- el gusanillo les entró con la creación del grupo teatral Narruzko Zezen, compuesto por alumnos del centro y un Juan Ortega que se encargaba, y sigue en ello, de la salud del Centro, y al que se unió Txema Cordago, director desde hace años del Complejo.

Han sido años intensos, convulsos políticamente, dramáticos hasta en lo económico, porque hasta hace cuatro años no han conseguido tener un presupuesto estable, pero que han servido para crear un público en la zona y dotar de una singularidad propia a las Jornadas. De su público hablan maravillas: que si sabe asumir el riesgo -la programación de este año ha sido especialmente arriesgada-, que si sabe ver teatro... aunque lancen también alguna autocrítica sobre que han «fallado» a una generación -el público de entre 30 y 40 años parece que no acude al teatro; es que enseñan a ver teatro con la Muestra Escolar-. También hacen una petición: que acudan a las representaciones en euskara, algo más flojitas de público y eso que se han programado cuatro montajes, uno de ellos estreno absoluto, con la compañía Tanttaka.

Por amor al arte

Aunque pueda parecer extraño por la calidad de su programación -«en lo artístico no tiene nada que envidiar a cualquier otro festival», ratifica Chema Cornago-, aquí todo se hace por amor al arte: descargan las furgonetas los alumnos -o los ex-alumnos, que de todo hay-, hacen también de taquilleros, por ejemplo, y la cosa va de arrimar el hombro, que los 25 millones de presupuesto no dan para tanto. «Somos el único festival del que tenemos nosotros noticia que dedique el 80 por ciento de su presupuesto a la programación. Los medios de los que dispone son manifiestamente mejorables, con este dinero más no se puede hacer, pero en el momento que tengamos que tender a la especialización se quedará en algo ridículo». La reflexión es de Juan Ortega ante la pregunta de cuál será el futuro de las Jornadas en un momento crucial: el próximo año se supone que pasarán a celebrarse en el Coliseo, con lo que el festival tendría que replantear su «espíritu» y posiblemente especializarse en alguna disciplina.

Pero, a 3/4 de festival, como dice Ortega, habrá que ir pensando en los mimbres, mientras que se continúa haciendo el cesto, que es la actual edición. Con la espada de Damocles de un posible déficit encima -«puede parecer una ridiculez que te falten 8.000 o 10.000 euros, pero para nosotros es mucho»-, ambos serán homenajeados en la inauguración del Coliseo. Un auditorio con capacidad para 500 personas y dos salas de cine. Lástima que no arranque, en realidad, hasta abril.

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