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Antton Morcillo Licenciado en Historia Kirmen Uribe Idazlea

Zapatero y la margarita

Las movilizaciones de la derecha española contra el Gobierno de Zapatero han hecho rememorar el viejo espíritu de la plaza de Oriente, con el que año tras año Franco se daba su baño en multitudes, y al régimen le servía para demostrar que poseía base social.

Después, en ese ejercicio de amnesia colectiva que se dio en llamar Transición, todo el mundo pasó a ser antifranquista de la noche a la mañana. ¿Quién no conocía los saltos y carreras con los grises e, incluso, hasta las celdas de Carabanchel? Sin embargo, hoy sabemos que exceptuando Euskal Herria y Catalunya, la oposición real al Franquismo no fue tan generalizada. En el Estado español, sólo donde el PCE tenía cierta implantación, en los cinturones industriales se dieron brotes de respuesta a la dictadura. En el resto, poca cosa, aunque, eso sí, cada hecho real era convertido en relato heroico por mor de una izquierda necesitada de gestas con las que llenar 40 años, es decir, 14.600 días, de oposición a Franco en los que casi nunca pasaba nada. No es mi intención, ni sería justo quitarle mérito a la lucha antifranquista en España, y sería erróneo calificar de profranquistas a miles de españoles, sólo porque no se opusieran abiertamente al dictador. Conozco decenas de personas a las que atenazó el miedo de tal manera, que no podían hablar de política en su casa y ante su propia familia.

Sea por pasividad o retracción, lo constatable es que la derecha que ocupaba las calles antes, las ocupa ahora, como realidad sociológica inmutable que arranca del Franquismo, prepotente y bruta, y muy ideologizada en posiciones reaccionarias.

La derechona vuelve a recurrir a la desestabilización política para ganar las elecciones. Está en su naturaleza. Dicen algunos que el problema es que no digirieron la derrota del 2004, pero seguramente habrían actuado de igual manera fuese cual fuese el resultado. El PP ha optado por darle donde más le duele al PSOE, a saber, la política de Zapatero respecto al conflicto vasco.

Hasta finales del año pasado, con su famosa hoja de ruta, Zapatero había conseguido desnaturalizar el proceso, dándole un carácter declarativo y dosificar los tiempos para evitar compromisos. Así, un proceso carente de dinámica social y empantanado en lo político, se convirtió en un vaivén mediático, alimentado por el buen rollito, pero sin los acuerdos necesarios para avanzar. Visto con cierta perspectiva, lo que el atentado de Barajas dejó finiquitado fue una fase agotada y meramente especulativa del proceso político.

A partir de entonces, el PSOE es preso de su propia estrategia: si sigue igual, es claro que no habrá proceso y se perderá el horizonte de la resolución al conflicto; así las cosas, esta primera legislatura de Zapatero pasará con más pena que gloria, y los chicos de Rajoy -y algún que otro socialista-, estarán esperándole detrás de la puerta para darle la consabida cuchillada. En esta situación, el PSOE carecería de estrategia propia para abordar el conflicto vasco y volvería a ser un apéndice del PP

En cambio, si ZP aborda la cuestión con iniciativa política y compromisos, el PP los anotaría como cesiones ante ETA, encontrando nuevos motivos para desplegar el aparato de agitación y propaganda callejera para desgaste del Gobierno español. Aunque de manera burda, la derecha española está convencida de que alimentando la tensión moviliza su base social y retrae la socialista. El PSOE, en cambio, cree que cuanto más le ataquen más simpatía genera en sus propias filas e incluso entre un centro-derecha espantado por las algaradas del PP.

Desde luego, no es conveniente que la situación de desconcierto gubernamental se prolongue; en mi opinión, sería bueno que el PSOE reformulara su estrategia cuanto antes desde varias premisas básicas:

La primera, la constatación de que no hay terceras vías para abordar el conflicto vasco: o se aborda desde la represión sistemática, la negación de libertades básicas y la proscripción de la conciencia nacional, como desea el PP, o se ensaya la vía del acuerdo político democrático, como reclama la mayoría de la sociedad vasca.

La segunda premisa debiera ser la aceptación del contrario. El PSOE estaba equivocado al confundir voluntad con debilidad. Creo que ha quedado demostrado que la iniciativa de la izquierda abertzale no responde a agobios o apuros organizativos, sino a voluntad expresa de explorar la vía del acuerdo resolutivo. Las actuales dificultades de Zapatero se las ha creado él mismo al tensar la cuerda innecesariamente. Le guste o no, no pueden ocultar a la sociedad española que el independentismo vasco es una realidad política repleta de salud.

En tercer lugar, el Gobierno debe convencerse de que el riesgo en esta materia no es un defecto, sino una virtud. Es evidente, que detrás de las decisiones que tome ZP no hay una posición de Estado ni la va a haber a corto plazo. A lo más que puede aspirar en esta fase, al menos, es a que la falta de unanimidad se concrete en dos propuestas o dos estrategias diferentes, la que representan respectivamente PP y PSOE. Si el PSOE no arriesga, no va a poder materializar la alternativa al PP y no tendrá más salida que ir al pairo de la derecha, y además pagando el precio que ésta le ponga. Es previsible, por tanto, que si el PSOE aspira a algo diferente se avecinen tiempos de confrontación democrática dentro de la misma estructura del Estado, algo inaudito desde la II República.

Para finalizar, el Gobierno de Zapatero deberá cambiar su concepto de la administración del tiempo. Hasta hace poco, el paso del tiempo no le desgastaba pero ahora sí. Cada día que pasa en el limbo es un día que pierde para definirse y es un día que deja al PP para atacarle, aunque sea sin motivo. A ellos no les importa.

Las elecciones están a la vuelta de la esquina y el PSOE va a tener que tomar decisiones importantes en un sentido u otro. No le queda, pues, mucho tiempo para deshojar la margarita.

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