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Galiza.

Editorial

El PP basa toda su política de oposición en la crispación y en las mentiras. Se evidencia en el Estado tras querer justificar su pérdida del gobierno central como fruto de una conjura entre ETA, los islamistas y el PSOE, que, si alguien tenía dudas, está siendo desmontada en el juicio de la Casa de Campo. Ahora se recrudece, con sus nueve manifestaciones, cuando apela a los sentimientos más viscerales para oponerse a una salida dialogada al problema de la violencia en Euskadi. La última manifestación es un claro ejemplo con sus gritos de exaltación patriótica. Ciertamente, el PSOE le ayudó mucho en esta política siendo José Luis Rodríguez Zapatero el primer mentor de la denominada Ley de Partidos y, finalmente, incapaz de despegarse eficazmente de la política del PP, excepto en aspectos sociales dirigidos a la «progresía». Entre otras cosas porque, como ahora denuncia el PP, en la transición se pactó ir de la mano contra los nacionalistas. Ese ambiente de crispación y mentiras es el que está intentando trasladar Alberto Núñez Feixóo a Galiza. La diferencia estriba en que, mientras en Catalunya y más en Euskadi, las grandes empresas autóctonas imponen una dinámica propia, aquí en Galiza, por muchos primeros puestos que ocupen en el Forbes, no son capaces siquiera de plantarse ante una política del Estado que es francamente lesiva para nuestros intereses nacionales (también los suyos). El capital vasco o catalán nunca permitió que arruinasen ninguno de sus sectores estratégicos. (...)

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