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CRíTICA cine

«El último show»... o una película más

Mikel INSAUSTI

El último show» provoca sentimientos encontrados en cualquier altmaniano que se precie de serlo, porque se trata de una película muy especial para sus seguidores pero hecha sin ínfulas de cara a la galería. Quiere esto decir que, en cierta forma, queda reservada a los conocedores de su obra, e incluso podría contemplarse como un homenaje privado a los que la han defendido desde sus inicios frente a la mayoría indiferente y a sus sempiternos detractores. Pero no es momento para el rencor sectario, sino de suscribir el mensaje sereno de despedida que el maestro nos brinda. Cuando Garrison Keillor, en calidad del conductor de la emisión radiofónica que dice adiós, confiesa que no está dispuesto a hacer ningún panegírico y que presentará ese programa final como si se tratara de uno más, habla también por boca del propio Robert Altman. El cineasta no necesitaba intuir que ésta podía ser su última película para poner en ella todo el saber que ha volcado en cada una de las anteriores, así que si hay que buscar motivaciones testamentarías vendrían dadas por el legado de amor al cine que ha dejado el de Kansas a lo largo de toda una trayectoria recompensada tardíamente con el Oscar Honorífico.

¿Se puede transmitir la identificación con los buenos tiempos que se acaban sin caer en la nostalgia? Garrison Keillor y Robert Altman aúnan esfuerzos para, sin sentimentalismos inútiles, apostar por algo tan sencillo como la satisfacción que da el trabajo bien hecho. Su postura se limita a sentir orgullo por lo artesanal, aquello en el que el factor humano resultaba insustituible. Antes de que la tecnología desplazara a las personas existía la radio realizada en directo, y de cara al público, que nos muestra «El último show». Entonces no hacían falta maquinitas para el entrenamiento mental, ya que la improvisación obligaba a agudizar el ingenio y resolver sobre la marcha cualquier imprevisto. Los momentos en que el cuadro de actores de la radio se sale del guión, obligando al encargado de los efectos sonoros a multiplicarse con lo que tiene a mano para poner fondo ambiental a todo cuanto dicen, son gozosa y entrañablemente divertidos. Igual de hilarantes que los chistes pasados de rosca que cuentan los paletos vestidos de vaqueros, a los que aportan sus muchas tablas Woody Harrelson y John C.Reily. O ese jefe de seguridad con maneras detectivescas encarnado por el siempre autoparódico Kevin Kline, y que Altman parece haber incorporado al conjunto pensando en su desmitificación del cine negro con «Un largo adiós».

La presencia del ángel de la muerte tampoco resulta excepcional, ya que si en el pasado esta figura surrealista fue representada por la actriz Sally Kellerman, aquí corre a cargo de una no menos fascinante Virgina Madsen.

Los ecos de «El volar es para los pájaros» sobrevuelan el escenario en el que el cineasta desarrolla sus tan imitados planos-secuencia marca de la casa, trayendo consigo la añoranza de los grandes espacios abiertos. Y a las verdes praderas nos trasportan las dulces canciones de Meryl Streep y Lily Tomlin, las únicas con licencia para llorar en medio de sus baladas «country» rebosantes de autenticidad. Los himnos religiosos y el gospel nos llevan a la iglesia, en la que confiesa con la voz rota haber actuado el duro L.Q. Jones de los westerns de Sam Peckinpah, al que le llega la hora de abandonar este mundo con una mueca burlona de empedernido vividor, pero ya se sabe que la muerte del artista nunca es la causa de la bajada del telón.

Ficha

Título original: «A Prairie Home Companion».

Director: Robert Altman.

Guión: Garrison Keillor y Ken La Zebnick.

Intérpretes: Meryl Streep, Lily Tomlin, Garrison Keillor, Kevin Kline, Woody Harrelson.

País: EEUU, 2006.

Duración: 105 m.

Género: Comedia coral.

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