Cuando la presidenta de la Asamblea norirlandesa, Eileen Bell, suspendió por la mañana la sesión plenaria prevista en la fecha fijada por los Acuerdos de Saint Andrews, pocos albergaban la esperanza de que en las horas siguientes se pudiera alcanzar un acuerdo de gobierno. Sin embargo, a primera hora de la tarde se anunciaba que Sinn Féin aceptaba la última de las condiciones impuestas por el DUP para compartir el poder con los republicanos.

Aunque la mayoría de los observadores daban por seguro que unionistas y republicanos no serían capaces de ponerse de acuerdo, el salón-comedor de Stormont se convirtió en el escenario de un entendimiento de enorme trascendencia. Sin que se agotara siquiera el plazo de la medianoche, el compromiso propiciaba la mejor de las sobremesas. Dos líderes políticos que en cuarenta años no habían hablado cara a cara y sin intermediarios, se convertían en los artífices del Acuerdo del 26 de Marzo, que debe poner fin a la versión institucional del régimen de apartheid impuesto por el unionismo en los Seis Condados.

Gracias al pacto entre Paisley y Adams, la política de la exclusión dará paso al poder compartido. Tal como expresara el líder republicano, el futuro deparará todavía grandes retos, pero a nadie se le oculta que ha desaparecido un obstáculo mayor. El veto al diálogo y al acuerdo ha saltado por los aires, y es ésa posiblemente la consecuencia más positiva del anuncio de ayer. Ante el calibre de ese avance, el hecho de que la configuración del gobierno compartido se dilate unas semanas no implica un obstáculo insuperable, aunque hubiera sido preferible que se cumpliera el calendario. Si la imagen de Paisley y Adams sentados a escasa distancia el uno del otro ocupará un lugar clave en la historia del proceso de paz irlandés, la fecha del 8 de mayo está llamada a abrir un escenario basado en la construcción cotidiana de acuerdos. En ese nuevo tiempo político, los «nunca, nunca, nunca» del octogenario Paisley pasarán a ser una desagradable nota del pasado.