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50 años del tratado de roma

«Angie», sola en la casa europea

En este análisis sobre el aniversario de laUE y el papel de Angela Merkel, el autor reflexiona sobre los aliados de la canciller alemana y su posición en la Unión Europea.

Ingo NIEBEL Periodista e historiador

El Tratado de Roma, que asentó las bases de la Unión Europea, acaba de cumplir 50 años y, entre festejo y festejo, la canciller alemana Angela Merkel ha conseguido sólo un acuerdo de mínimos para evitar así el veto de Polonia y República Checa.

La canciller alemana Angela Merkel, presidente del Consejo Europeo, ha invitado a sus homólogos de los otros 26 estados miembros de la Unión Europea (UE) a que celebren el 50 cumpleaños de la comunidad en Berlín. Los actos previstos han transcurrido sin mayores problemas y, como era de esperar, la cristianodemócrata alemana ve avanzando el proyecto europeo. En esta visión le han respaldado tanto el presidente de la Comisión Europea, el portugués José Manuel Barroso, como también el presidente del Parlamento Europeo, el alemán Hans-Gert Pöttering.

Para 2009 la UE quiere dotarse de un «contrato fundacional», el nuevo término sustituye el de la «Constitución europea», que sigue levantando ampollas en determinados estados miembro. Dado que Merkel ha logrado sólo un acuerdo de mínimos, parar evitar así el veto de Polonia y República Checa, hay que preguntarse quiénes son los amigos de la canciller alemana en la Unión Europea.

La presidenta del Unión Cristianodemócrata de Alemania (CDU) y jefa de Gobierno cuenta con un problema esencial cuyas raíces se hallan en Berlín: Ella lidera un tripartito formado por su partido mayoritario, seguido por el socio socialdemócrata, el SPD, y ampliado por la regional Unión Cristianosocial (CSU), afincada en Baviera.

A grandes rasgos, la coalición se divide en dos corrientes formadas por la «transatlántica», que busca la alianza con EEUU, y la «europeísta», que desde hace 50 años intenta emanciparse de la hegemonía estadounidense en el Viejo Continente.

Está última se basa en la coordinación de la política exterior con París. Por ello se explican las ya históricas cooperaciones entre Konrad Adenauer y Charles de Gaulle, Helmut Schmidt y Giscard D'Estaing, Helmut Kohl y François Mitterand, Gerhard Schröder y Jacques Chirac.

Dado que hasta 1990 la política de la Alemania oriental necesitaba, por un lado, la «protección» de Washington frente al bloque soviético y, por otro, la ayuda de París para no convertirse en un mero satélite de EEUU, estaba en la posición de actuar como intermediario entre estas dos potencias occidentales, que a pesar del mismo sistema económico - o justamente por ello -siguen enfrentadas en otras partes del planeta.

A diferencia de sus antecesores, Merkel está condicionada por gobernar en coalición; es conocida su amistad con el presidente estadounidense George W. Bush. De ahí se explica por qué los medios alemanes han institucionalizado el apodo Angie, que es la versión anglicista de su nombre de pila. La presencia del socialdemócrata Franz-Walter Steinmeier al frente del Ministerio de Exterior evita que Angie se convierta en la versión femenina y alemana de un Tony Blair, obedeciendo casi incondicionalmente a la Casa Blanca. Eso impide tanto a Merkel como a Steinmeier desarrollar una política exterior coherente: Les paraliza las exigencias de su coalición, más la especial situación en los estados vecinos.

La política francesa está dominada por las elecciones presidenciales que van a suponer ante todo un cambio biológico en la cúpula del Estado: Jacques Chirac se retira y deja el cargo al conservador Nicolas Sakorzy o la socialdemócrata Ségolène Royal. En Berlín se piensa que con el primero se podría llegar antes a un acuerdo para relanzar la «Constitución de la UE» que con la segunda. Pero para saberlo a ciencia cierta, hay que esperar al resultado de las elecciones del próximo 10 de junio.

Independientemente de quién gobierna en Londres, Gran Bretaña ha quedado fiel a su papel de estorbar el proceso de unificación para dejar patente su especial posición de isla también a nivel político y económico. Si hasta ahora no ha sido capaz de aceptar el euro como moneda única, se seguirá oponiendo a ceder derechos soberanos a Bruselas, que a final es controlada por París y Berlín. Por ello, el futuro sucesor de Tony Blair mantendrá los lazos con su ex colonia EEUU.

Si fuera por ideología política, Markel tendría que llevarse de maravilla con sus homólogos de Polonia y República Checa. Además, gracias a la fuerte presencia de la economía alemana, en estos y otros estados del este europeo, la política exterior dispondría de un excelente instrumento de presión para imponer sus objetivos.

La omnipresencia del capital germano, más el recuerdo de la ocupación nazi y la falta de tacto han hecho que las relaciones entre Berlín, Varsovia y Praga hayan ido de mal en peor.

En este juego geopolítico también ha intervenido Estados Unidos que, por una parte, emplea su igual fuerte presencia en Polonia y Chequía para poner en jaque a Rusia mediante el proyectado sistema antimisiles y, por otra, dificulta la unificación europea bajo la hegemonía francogermana.

A Merkel no le queda otra posibilidad que quedarse sola en la casa europea administrando la actual parálisis hasta que no se estabilicen los centros de poder en París en verano, y en 2009 en Alemania.

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