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Raimundo Fitero

Barredora

Es un hombre que parece el primo del padrino de cualquiera de las bodas, o mini-bodas, o sea, comuniones, de las cientos de miles de cuadrillas de primos del padrino que abundan en todas las esquinas y tabernas circundantes de iglesias o juzgados. Si no hablase de la manera que habla, con sus acentos mediterráneos, podría parecer un candidato de cualquier partido de la derecha, incluso de las partes menos claras de los de centro. No parece un asalariado por cuenta ajena, sino un autónomo, aunque en ciertos enfoques podría parecer el presidente de una asociación de feriantes. Aparece mucho por televisión. O al menos yo me lo encuentro de manera reiterada en todas las cadenas, a todas las horas y con la misma función: vendernos una barredora, a la que llama escoba mágica.

Se trata, pues, de un genuino charlatán. Uno de esos señores que al igual venden peines, que mantas, que alcauciles o cortadores de patatas en tirabuzones. Antes iban de feria en feria, de mercado en mercado, ahora salen en televisión, a veces hasta en los telediarios. Nuestro héroe destaca por su actitud, su tono, su vestuario que es para engarzar con aquellos tiempos. Un hombre manejando con soltura una maquinita simple compuesta por un palo pegado a una cajita con rodillos y cepillos, que dobla esquinas, que se mete debajo de las mesas o los muebles y que limpia de manera impecable todo aquello por donde pasa.

No son las imágenes que muestra su supuesta eficacia ni las posibilidades mecánicas del invento, es el lenguaje empleado, la prosodia, las entonaciones, el poder de convicción empleado lo que nos deja prendados. Es la vieja escuela de retórica de púlpito, o de cajón en cualquier esquina de un mercadillo, aquellos que además de venderte la loción crecepelo y el peine, te regalaba un peluquín, por si acaso. No necesita altavoz, ni siquiera micrófono, su voz llega con seguridad y modulación. Su camisa roja me deja descolocado. Y me pasa siempre igual, cuando tengo el bolígrafo para apuntar el teléfono me falta el papel. Y viceversa. Por lo tanto, no consigo pedir nunca la barredora que me arreglará la vida. La solución es seguir haciendo ruido con la motorizada.

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