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Iñaki Lekuona Periodista

La última trampa del señor de Vauban

Sébastien Le Prestre, señor de Vauban, fue un ingeniero militar célebre que bajo el reinado de Luis XIV fortificó numerosos enclaves estratégicos. Era tal la habilidad en el diseño de fortificaciones con muros, baluartes, fosos, troneras y demás trampas e ingenios arquitectónicos que algunas fueron inexpugnables. Pero el paso del tiempo y el avance de las técnicas de guerra y sitio, pudieron con muchas de sus obras que, finalmente, fueron a parar a manos del enemigo. El señor de Vauban perdió entonces la confianza del rey y su influencia.

Trescientos años después de su muerte, el que fuera Mariscal de Francia recibe un homenaje con la declaración de varios de sus fuertes y ciudadelas como Monumento Histórico y, a través de la Unesco, como Patrimonio de la Humanidad. Euskal Herria cuenta con dos obras de Vauban:la ciudadela de Donibane Garazi, en lo alto de la villa medieval, y la de Baiona, en la orilla derecha del Aturri. Esta última está hoy de actualidad con la visita de Jacques Chirac, que ha decidido agotar uno de sus últimos días en el cargo paseándose por el interior de las murallas de la que hoy día es base militar del Primer Regimiento Paracaidista de Infantería de Marina.

Estos últimos días, con eso de la visita extraordinaria del presidente de la República, los movimientos habituales se han multiplicado por mil. Las cotidianas ráfagas de metralleta audibles desde el centro de la ciudad, se han vuelto incesantes, las explosiones diarias de granadas, insoportables, y los excepcionales vuelos rasos de los helicópteros sobre los tejados de Baiona, frecuentes. E insultantes, por cuanto a los militares les importa un carajo el riesgo que pueda suponer para la población civil que un cacharro de ésos sobrevuele la ciudad.

Pero el señor de Vauban les tiene preparada una última trampa. Si las declaraciones de Monumento Histórico y de Patrimonio de la Humanidad se concretizan, los militares no podrán tirar un tiro más. Y menos aún jugar con sus granadas. Y con un poco de suerte, deberán abandonar la ciudadela. Por ahora, los militares acantonados en Baiona se resisten al empuje de la Historia y de la cultura, y es seguro que hoy le llorarán al presidente y a la ministra de Defensa. Sería toda una sabrosa ironía que el señor de Vauban pudiera con todos ellos trescientos años después de haber muerto en el olvido.

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