Andoni Maldonado
La otra diáspora
La llamada diáspora vasca se remonta a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, cuando se producen migraciones de vascos, especialmente de Navarra e Iparralde, hacia Argentina, EEUU y otros países de América Latina. Durante la guerra civil se produjo una segunda oleada, la de los refugiados y los «niños de la guerra», y años después la gente que huía de las duras condiciones económicas y laborales de la posguerra a países como México, Venezuela y Argentina. De esta diáspora se conserva ese ideario mítico de resistencia y de enfrentamiento al régimen franquista.
Durante la transición y los años 80 la emigración vasca en Latinoamérica estuvo en parte capitalizada por refugiados de la izquierda abertzale y brigadistas que acudían a Nicaragua y El Salvador como testigos de sus procesos revolucionarios. Años después fue México el destino preferente debido al levantamiento zapatista. En estos países la presencia vasca sigue siendo significativa. Por sus esfuerzos en la conservación de lengua y cultura vascas durante la dictadura franquista, puede decirse que existe una especie de mito que acompaña a la diáspora histórica. Si bien es cierto que es muy meritorio este hecho al haber tenido lugar en países alejados de Euskal Herria y contando con escaso apoyo político y económico, en especial en México y Argentina, en la actualidad y en muchos países de Latinoamérica los centros vascos o euskal etxeak no dejan de ser iniciativas de empresarios de origen vasco pertenecientes a la élite local que buscan financiación por parte del Gobierno a cambio de unas actividades de muy escasa repercusión mediática. Estos centros se localizan en los barrios más exclusivos del país, y sus actividades van dirigidas a obtener el agrado de las clases dirigentes de la ciudad. No hay más que visitar las casas vascas de La Habana, Lima o Caracas.
El abajo firmante, con unas compañeras que trabajan como cooperantes en Bogotá, decidimos organizar una fiesta el día de San Fermín. Con objeto de conseguir algún respaldo o apoyo realizamos una búsqueda exhaustiva del centro vasco de la ciudad sin obtener ningún resultado. Meses más tarde nos enteramos de la inauguración de la nueva euskal etxea y de la realización de una semana vasca con motivo de la visita del consejero Tontxu Campos, en la que anunciaban una serie de actividades, como la actuación de la Orquesta Sinfónica de Acordeones de Bilbao en el exclusivísimo club El Nogal de la capital colombiana (27-09-06). Tampoco en esa ocasión conseguimos mayor información, quedándonos con la sensación de que sus directivos no tenían excesivo interés en informar o promover la participación de la pequeña comunidad vasca residente, más allá de los cócteles y recibimientos protocolarios. Actualmente anuncian en su página web la posibilidad de hacerse socio para poder participar en las actividades del centro, pagando una cuota mensual de membresía.
Pero como ocurre en otros países, existe otra diáspora en los lugares caracterizados por la injusticia y la desigualdad social. Aunque la permanencia de sus miembros en el exterior muchas veces es temporal, suelen destacar por su compromiso de solidaridad y en defensa de los derechos humanos. Es el caso de miembros de ONG y asociaciones civiles testigos del conflicto en Chiapas, se oponen a la represión paramilitar en Oaxaca o actúan como escudos humanos defendiendo la vida de amenazados en Colombia. Esta realidad podría escenificarse con la siguiente paradoja de la que fui testigo: un dirigente histórico nacionalista y un veterano cooperante de una ONG, ambos vascos nacidos en Venezuela. Mientras el primero hacía unas declaraciones en una radio de ámbito estatal criticando duramente la política de Hugo Chávez tras el intento de golpe de Estado para derrocar a éste en abril de 2002, el segundo es firme defensor de las políticas de inversión en zonas marginales y en materia de salud y educación llevadas a cabo por el gobierno democráticamente elegido.