Cuando un equipo de los denominados como «modestos» se planta en el Bernabéu, se le presentan dos opciones. La primera, encerrarse en su área durante 90 minutos a la espera de que el Madrid no consiga abrir la lata. La segunda, tratar de plantarle cara y que salga el sol por donde quiera. En ambos casos, lo más habitual suele ser salir derrotado.

La diferencia está en que, en el primer caso, como mucho se aspira al empate y la imagen es ésa, la de un equipo que se conforma con rascar un puntito. En el segundo, puede que suene la flauta y se sumen los tres puntos. Y si se pierde, que sea con la cabeza alta.

Viene todo esto a cuenta de la nueva visita que la clase dirigente de la Comunidad Autónoma Vasca prepara al Bernabéu de la política, el Congreso de Madrid. Dentro de un tiempo, se acudirá a la Carrera de San Jerónimo para pedir que se cambie la Ley española del Deporte, a fin de que las selecciones vascas puedan competir de manera oficial. O sea, se demandará a PSOE y PP que se metan un gol en propia puerta.

El resultado de este partido está cantado de antemano. Una nueva derrota que se justificará diciendo que «es un rival muy duro», «el árbitro nos ha perjudicado» y «tienen mucha calidad».

La afición no quedará satisfecha, pero buena parte se consolará con estos argumentos y se aferrará a los manidos «lo han dado todo» o «han hecho lo que han podido», añadiendo el clásico «así gana el Madrid».

Para nada se asumirá que es imposible ganar con una táctica en la cual nuestros jugadores no pasan del centro del campo -que el rival se enfada y es peor- y en la que, en caso de falta al borde de nuestro área, algunos se ponen en la barrera mirando hacia la portería para aplaudir si nos la clavan por la escuadra. Pongan un 1 en su quiniela.