Belen Martinez Analista social
Un manto de silencio caritativo
Saturraran es sinónimo de barbarie, pero también es símbolo de dignidad, compromiso y solidaridad: mujeres en cautiverio que quebraron el orden totalitario vigente, y gentes de la zona que les mostraron su afecto ayudándolas
La memoria nos permite aproximarnos o alejarnos de los hechos; aclararlos, mixtificarlos, enriquecerlos o empobrecerlos, y transformarlos para hacerlos revivir de nuevo. La memoria que nos habita «acerca unos a otros los extremos de la leña seca para que brote de nuevo la llama». Son palabras de Marguerite Yourcenar.
El homenaje a las mujeres presas en la cárcel de Saturraran, tanto durante el alzamiento del «Glorioso Movimiento Nacional» como durante parte del régimen franquista (unas por ser combatientes antifascistas, otras simplemente por ser hermanas, madres, hijas, esposas o compañeras de activistas políticos) nos permite exhumar las vivencias que encienden la llama viva de la memoria. Ese acto sencillo y emotivo constituye un noble intento de decir aquello que no puede decirse; y será, sin duda, la memoria viviente de lo vivido por las casi dos mil presas republicanas jóvenes y ancianas, además de sus criaturas. La iniciativa no dejará intactos los cora- zones de las generaciones venideras, y contribuirá, más que a dar respuestas, a arrojar luz sobre la Historia, para que indaguemos y (nos) hagamos las preguntas pertinentes y, en oca- siones, incómodas para quienes desean reinstalar un Estado monolítico con una única línea de pensamiento y de expresión.
Saturraran es, desde el pasado 1 de abril, sinónimo de barbarie: miembros del ejército sublevado, funcionarias y religiosas que adoctrinaban y torturaban de forma despiadada; pero también es símbolo de dignidad, de compromiso y solidaridad: mujeres en cautiverio que quebraron el orden totalitario vigente, y gentes de la zona que les mostraron su afecto ayudándolas.
Mujeres como Carmina y Sagrario Merodio, Carmen Riera, Anita Morales, Balbina Laseras, Victoria Rodríguez o Rosario Sánchez, la Dinamitera -inmortalizada por Miguel Hernández: «Bien conoció el enemigo la mano de esta doncella, que hoy no es mano, porque de ella... se prendó la dinamita y la convirtió en estrella!»- nos han legado un espacio irreductible de libertad y generosidad.
En «Cárcel de mujeres (1939-1945)», Tomasa Cuevas recoge el testimonio de Nati Morcillo: «... había un río (Mijoa) por el que pasaba toda clase de porquerías: mondas de patatas, hierbajos... todo lo que pasaba por el río se lo comían las mujeres, así fue como se intoxicaron aquellas chicas que cogieron unas raíces, muchas de ellas murieron». Los datos son estremecedores: entre 1937 y 1944, murieron 120 reclusas y 57 criaturas, la mayoría de ellas por enfermedades y desnutrición.
Gracias a Tomasa sabemos que las presas con criaturas, «como no podían lavar sus ropitas, se tendían todo sucio y se les volvía a poner sucio y húmedo, y los niños enfermaban de tiña, se les hacían pupas, unas costronas grandes en la cabeza y morían a racimos».
René Char dijo que «nuestra herencia no proviene de ningún testamento». Infinitas gracias por vuestra incesante búsqueda de Justicia. El mejor don y el mejor legado para construir otro mundo posible.