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Los lamentos del "chetnik" Milan Gurovic

Imanol AMIANO

Malatras. Aunque parece más un apodo para un francotirador que defiende con la mirada, se trata del apellido griego de Milan Gurovic, el ínclito alero serbio que, con 18 años, tuvo que abandonar su Novi Sad natal, en la Vojvodina, para exiliarse en plena Guerra de los Balcanes.

Siempre problemático -incluso con los compañeros de equipo- y aficionado a la juerga, desde 2002 añadió un motivo más a la lista: el barbudo que tiene tatuado en su biceps izquierdo, que no es otro que Draza Mihajlovic; preconizador de la Gran Serbia, colaborador con los nazis -y con los fascistas italianos- durante la Segunda Guerra Mundial, organizador de los chetniks que combatían a los partisanos antifascistas de Tito, condecorado por los presidentes Truman y De Gaulle -estudiaron juntos en La Sorbona- pese a ser responsable de la muerte de miles de croatas y fusilado por los comunistas.

Gurovic ha dejado huella, para bien y para mal, en todos los clubes en los que ha militado (Barça, Unicaja, Joventut, Trieste, Peristeri, AEK), y sólo para mal en los que no llegó a jugar (Baskonia y Unics Kazan) pese a tener firmado un contrato. Y es que como en casa, en ninguna parte. Bueno, quizá en la del vecino y acérrimo enemigo. Gurovic, que jugó en el Partizan, lleva un par de temporadas en el Estrella Roja, también de la capital serbia.

Los aficionados del Partizan no se lo han perdonado. La Policía serbia le denunció el pasado 19 de octubre tras liarla en un derbi: insultado, se revolvió lanzándoles una botella de plástico. El viernes, empujó a un árbitro porque se siente «perseguido» por éstos -recibe sólo nueve faltas por partido- y las hinchadas rivales: «Insultan a mi mujer e hija en todas las canchas. Los árbitros deberían vaciar las tribunas». Y si hace falta, pueblos enteros.

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