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Juan Antonio Delgado Santana Sociólogo

Los tiempos y el presente

El neoliberalismo actual se sustenta en ideologías elitistas construidas sobre la base del liberalismo y la socialdemocracia, cuyos tiempos han quedado atrás, pero su pervivencia es, según el autor, una gran dificultad para avanzar hacia la democracia participativa, a diferencia de las ideologías emancipadoras, cuyo alimento es la sociología del presente.

La vida es breve, pero la existencia es infinita. Eso, al menos, afirman las preclaras mentes de la historia humana: aquellos hombres y mujeres que han liderado o participado en la dignificación de las condiciones humanas de vida, en cualquier época y lugar. Y cuyos escritos o biografías nos han llegado hablándonos de sus pasos y de su entendimiento.

Desde que la religión (el opio del pueblo, según afirmó Marx) situó la salvación humana en un plano cronológico y espacial ausente del tiempo vital y de la geografía terráquea, la dialéctica arrojó el aserto acerca del infinito al balde de la basura epistemológica.

Pensemos en el presente y hagamos posibles nuestros sueños, oímos por doquier. Dicha invitación a la acción cotidiana es significativamente alentadora y transformadora. Pero puede esconder asimismo una sombra: el olvido de la trascendencia (a menos que lo entendamos como el amor ideal: el instante contiene el infinito). Pues también hay que diseñar el mañana que queremos. Si no, corremos el riesgo de que, una vez alcanzadas nuestras metas, no sepamos qué hacer ni a dónde ir.

La lucha contra la opresión existencial va unida inexorablemente a la salvaguardia y socialización de una ideología capaz de aglutinar la visión y la acción emancipadora: algo que haga aflorar la conciencia política, que permita recapacitar acerca de los valores, las leyes y las injusticias sociales, que sustituya la alienación por la participación activa y que nos haga caminar juntos como verdaderos hombres y mujeres libres.

Los tiempos en que el liberalismo (como expresión contraria al Antiguo Régimen), la socialdemocracia (como expresión contraria al autoritarismo conservador) y el estalinismo (como expresión contraria a la dictadura del capital) contenían credenciales libertarias han quedado atrás. No obstante, las dos primeras banderas perduran en medio de la democracia formal y sustentan la noción de inmovilismo que impide avanzar hacia la democracia participativa. Pero si realmente han sido sepultadas por la Historia, ¿por qué no han desaparecido?

La amalgama ideológica (de carácter elitista y sectaria) que conforma el posliberalismo, la pos-socialdemocracia y el posfascismo constituyen las bases que sustentan el neoliberalismo actual. Por poner sólo algunos ejemplos, en el primer caso Stuart Mill y Adam Smith dieron paso a los actuales paraísos fiscales, los multimillonarios beneficios vía especulación y las opas y fusiones de las empresas transnacionales; en el segundo caso, los veteranos antifascistas de la segunda guerra mundial (muchos auténticos luchadores por la libertad) y los progres de los setenta dieron paso a los Blair, Lula y Zapatero; en el tercer caso, Hitler y Franco dieron paso a Ríos Montt y Pinochet (por no decir a Helmut Kohl y Adolfo Suárez).

El caso del estalinismo es diferente, pese a las algaradas etílicas de quienes celebraron ruidosamente la caída de la URSS: no hubo reforma, sino desmoronamiento; y aunque es cierto que muchos de sus antiguos dirigentes pasaron a engrosar las élites mafiosas del poder, muchos más fueron purgados, asesinados o eliminados de la escena política. Ni la guerra de la OTAN contra Yugoslavia, ni las invasiones de Afganistán e Irak hubiesen sido posibles si Gorbachov, Yeltsin y Putin no hubiesen practicado genuflexión ante el oro y los aplausos del Pentágono.

Las ideologías elitistas son elaboradas por intelectuales a sueldo, entrenados en la defensa de los privilegios de sus jefes, merced a las lecturas de algunos autores clásicos defensores del conocimiento restringido. Sus conclusiones, que no sus premisas, son socializadas mediante la propaganda y la coerción: su esencia queda sellada y archivada en la caja fuerte del capital y la propiedad burguesa, no sea que se descubra la impostura. Quienes defienden que los partidos emancipadores renieguen de sus lazos de solidaridad con los movimientos combatientes no dudan en apostar por la guerra, el genocidio, la tortura y el saqueo cultural y económico como mecanismos de acción políticas.

Las ideologías emancipadoras, en cambio, absorben las condiciones vitales de las personas y elevan sus conclusiones a la categoría de teoría coherente, en virtud del estudio de la historia humana, de la sociología del presente y de las esperanzas colectivas por un mañana liberador. Thomas Müntzer, Espartaco, Bentejuí, John Brown, Rosa Luxemburgo, Ho Chi Minh, Che Guevara, Lumumba fueron personas entregadas al empeño de la dignidad humana, y brillaron con luz propia.

Hoy en día, en plena ebullición de la era de la globalización informativa y la contra-información, los neoliberales continúan con su labor reaccionaria heredada de los abusadores de antaño, para defender sus postulados. Contra sus adversarios utilizan el ostracismo, el silenciamiento, la represión, la colocación del rótulo de terroristas (en los territorios interiores) o simplemente la pura eliminación mediante el hambre, la falta de trabajo, el uso del mismo archiconocido rótulo o la guerra genocida (en los territorios exteriores). Quienes se oponen al proyecto actual de opresión lo pagan muy caro.

No obstante, a diferencia de tiempos pretéritos, el cambio climático, la depredación ambiental, la contaminación, la debacle ecológica, la escasez de recursos naturales se ciernen amenazantes y lapidarias sobre el planeta, de manera concluyente. Algunas voces oportunistas, como el ex vicepresidente usamericano Gore (en pleno mandato cuando la guerra contra Yugoslavia y las sanciones criminales contra Irak) se autocatapultan como alternativa: forma parte de la propia estrategia del capital para conservar el poder, al igual que el llamado voto útil. Pero el neoliberalismo, en búsqueda perpetua del beneficio económico sobre cualquier otra consideración, jamás podrá afrontar con éxito ninguna empresa libertaria.

Podemos mencionar ejemplos de luchas de liberación en todo el orbe, que serán fuentes de enseñanza futuras y marcarán un antes y un después en la escena internacional. En Europa, la participación de la izquierda abertzale de Euskal Herrria en el panorama electoral formal del estado español. En Asia, la conquista de la unidad y la democracia de la resistencia iraquí contra el invasor imperial. En Africa, la humilde y tenaz valentía de la nación saharaui (que no es precisamente la última colonia africana) en contra del proyecto imperial alauita. En América, las iniciativas bolivarianas en pos del socialismo venidero o la superación por parte del pueblo cubano del bloqueo impuesto por las barras y las estrellas.

Muchas son las contradicciones y numerosos los obstáculos a salvar para seguir avanzando. Aún así, no sólo habrá que conquistar la victoria (vencer contra las fuerzas oscurantistas es una victoria siempre precaria, puesto que también el oscurantismo está instalado en nuestro interior), sino proseguir labrando en pos de la ecología, el respeto por el mundo animal, la conciencia humanística, la convivencia humana.

No tenemos todo el tiempo del mundo, apenas tenemos nuestro propio tiempo. Y no hay vuelta atrás: nuestros errores son el compost de nuestras próximas vivencias. Sí, miremos pues a la parte más brillante de la vida; pero sepamos también por dónde se acerca rauda la oscuridad, para posicionarnos a pleno sol.

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