Francisco Larrauri Psicólogo
La repetición de la jugada
Como en el ocaso del franquismo, cada día es mayor el número de ciudadanos que captan el lento finiquito de un estilo de hacer política contra el derecho democrático e inalienable a decidir que tienen los pueblos
Ultimamente con la política del gobierno español se esta repitiendo lo que pasaba en la postrimería del antiguo régimen, cuando sectores que siempre habían estado callados y a las órdenes del franquismo se destapaban sorprendentemente para los vecinos con un movimiento de ficha hacia la democracia. Nadie ignora que el dictador murió en la cama, pero su muerte política había acaecido mucho antes, cuando amplios sectores sociales empezaron a organizarse, a posicionarse y a plantarse frente a la injusticia y la crueldad de los tribunales militares. Este dejà vu del proceso final de una ideas políticas, de un estilo de mandar marcado por la transición española, poniendo al Ejército español como garante de la unidad y al rey como testigo, en la moderna Euskal Herria está tocando a su fin. Se desconoce cuando ocurrirá la separación del cuerpo del alma de la política represiva de Estado en el País Vasco, pero su muerte clínica con el electroencefalograma plano la tenemos ya en nuestras manos.
Y esta apreciación no es subjetiva ni individual de autor. Como en el ocaso del franquismo, cada día es mayor el número de ciudadanos que captan el lento finiquito de un estilo de hacer política contra el derecho democrático e inalienable a decidir que tienen los pueblos. López Tena, vocal del Consejo General del Poder Judicial español (CGPJ), en un ensayo que tiene por subtítulo «La opresión nacional en democracia», refiere que en la situación de bloqueo actual el autogobierno y la autonomía en Catalunya «están muertos». Y expone las tres salidas posibles: asumir que los catalanes serán «españoles de tercera», defender un estado plurinacional o iniciar el trabajo por la independencia. ¿Se acuerdan de aquellos otros posicionamientos hacia la democracia?
Respecto al derecho a decidir de Euskal Herria, siempre se ha intentado, pero ahora, esto es lo indicativo, se insiste en falsear lo que en definitiva es la aplicación más exacta y profunda de la regla democrática y convertirlo sin más en una apología satánica del mal. Aunque fueron al otro lado del Atlántico las lecciones de Quebec, poco tiempo ha hecho falta para ver la transferencia de las interpretaciones y la conveniente confusión con otras latitudes. Hoy la defensa del nacionalismo español con su monopolio interpretativo ha confundido interesadamente el reflejo canadiense con el impulso euskaldun. El reflejo como re-acción es una cosa, y el impulso de la noche de los tiempos es otra ¿A quién va dirigido el sesgo? ¿Y por qué ahora?
También en la dictadura se le imponía a la población civil la forma de entender y percibir las relaciones políticas en otras latitudes. ¿Quién no se acuerda de aquellas soflamas en que Saigon y Estados Unidos ganaban todas las batallas a los comunistas del Vietcong? Entonces se pensaba que la defensa de la libertad occidental frente al fantasma del comunismo mundial merecía tal engaño. Y hoy el engaño continúa en nombre de una Ley de Partidos que condiciona tanto la realidad de los pueblos de Euskal Herria como fija la conciencia de miles de votantes anónimos.
Los tutores de esta ley antidemocrática, atrapados en el círculo de la derecha que no ha perdido la memoria y que busca a toda costa el impedimento de una actividad democrática extraña para ellos, reafirman una vez más la teoría del pluralismo de la agresión y fijan las condiciones contrarias para la convivencia. Y ésta es, en definitiva, la esencia de la derecha que quedará para los futuros gobernantes, porque el pueblo vasco no se va a extinguir. Así que a Rodríguez Zapatero y al PSE, que han prorrogado el mito de la Ley de Partidos, pronto les tocara renunciar y desmontar las explicaciones simplistas que ha fabricado el nacionalismo español de acontecimientos complejos, porque el conflicto vasco hace ya un tiempo que no tiene sólo un carácter literario o mitológico. ¿O es una contradicción pedir a una izquierda desmemoriada la renuncia a criterios del pasado?