Festivales de cine para países «pobres» y ocupados
Me gustaría que aumentasen las proyecciones de cine, sin apellidos, que la difusión y la distribución representasen a las numerosas sensibilidades del cine y de los espectadores, que en cada pueblo hubiese uno. Aunque se trate de algo simbólico, me gusta oir hablar de festivales de cine pobre, de cine en campamentos de refugiados, de cine de pueblo
Iratxe FRESNEDA
Periodista y profesora de Comunicación Audiovisual
Mientras leía uno de los últimos libros que he traído a casa para leer durante la pasada santa semana de vacaciones, me he acordado de lo que le dijo Lauren Bacall a Mark Cousins en una entrevista para la BBC: «La industria es una mierda, Mark; lo que es grande es el medio». Y la frase viene que ni pintada en estos tiempos en los que parece tan fácil hacer cine, sobre todo en los países «ricos». Mientras, en incontables lugares del mundo ni siquiera conocen la sábana como pantalla. Simplemente porque en muchos casos no tienen sábanas, ni mucho menos películas que proyectar. Y resulta que, hoy por hoy, el cine sirve de vía de transmisión de la historia de los pueblos y de sus gentes, de sus culturas, sueños y aspiraciones. Pero parece que algunos no tengan derecho a tenerlas y el cine es un camino por el que la comunicación entre culturas transita y, a veces en los márgenes de la industria o fuera de ella, con enormes cotas de libertad. Por eso, festivales como el de Cine Pobre de Cuba o el Fisahara crean puentes y abren fronteras entre aquellos que viven desposeídos y ajenos al sobre-acceso. He acudido a más de una veintena de festivales, todos occidentales, todos hechos con recursos, y da la casualidad de que en aquellos donde faltaba el dinero reinaba la ilusión y la imaginación.
Pero es verdad que la industria y el negocio corrompen, y es triste comprobar cómo algunos pequeños ilusos quieren ser como los grandes y comienzan a comportarse como ellos. Es así como se pierden y hacen que esas ilusiones acaben paseándose vestidas con el nuevo traje del emperador. Quizá me equivoque, pero creo que los festivales proliferan sin medida. Me gustaría que aumentasen las proyecciones de cine, sin apellidos, que la difusión y la distribución representasen a las numerosas sensibilidades del cine y de los espectadores, que en cada pueblo hubiese uno. Y sí, esto es soñar, pero aún recuerdo las proyecciones que se hacían en una escuela de mi pueblo; allí había magia y creo que aún queda algo de ésta. Si los festivales se financian con dinero público, ya es hora de exigir que tengan también una intencionalidad plural, pública y abierta, alejada de los intereses de unos pocos. Aunque se trate de algo simbólico, me gusta oír hablar de festivales de cine pobre, de cine en campamentos de refugiados, de cine de pueblo. Así se hace más solidario, más humano, menos mierda.