Un primer día de abril a las ocho de la mañana. 2.360 kilómetros en total. Decimoquinta edición. Miles de personas. Con las consabidas trabas de la lejana Policía Municipal, suponemos que cumpliendo instrucciones de la castellana alcaldesa Barcina, que esperamos deje la alcaldía en la próxima legislatura si el mundo obrero que le vota se despierta del letargo en que vive. A lo que iba. La Korrika pasa por Mendillorri a las ocho de la mañana y una asamblea vecinal había acordado que yo llevara el testigo. Como premio de aquel Ayuntamiento que acordó la primera Ikastola Municipal. Tuvimos que esperar a que Franco acabase en el infierno. Es obligado por mi parte recordar a Miguel Javier Urmeneta Ajanaute, hombre querido por todos, y a mi amigo Perez Balda, verdaderos artífices de aquella Ikastola Municipal. Aquel fue un ayuntamiento vecinal en amigable convivencia con las asociaciones de vecinos tan olvidadas actualmente por «nosotros los demócratas», como les gusta presentarse.

Cuando llega la Korrika intento coger el testigo y me quedo a dos velas porque llevan una velocidad endiablada. Ya advertí a los organizadores que a mis 74 años, y con el añadido de una pierna lesionada desde pequeño, tendría más dificultades de las previstas para esa deportiva misión que me encomendaron. Y así fue.

Conclusión: miles de ciudadanos y ciudadanas contribuyentes a las arcas municipales y provinciales tienen que salir a las calles en defensa del euskara para que nuestros administradores se enteren de qué va la fiesta.