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Con los pies en la tierra, contra las semillas transgénicas y los trenes de la prisa

La fragancia electoral lo envuelve todo, hasta el punto de que ya resulta difícil distinguir entre el mensaje trascendente, con ánimo de perdurar, y el discurso cuyo recorrido se extingue el día de las elecciones. Los candidatos a la Presidencia francesa con sus rostros y sus eslóganes se han apropiado ya de los tablones electorales. Son una presencia lejana, unos rostros que observan las plazas y calles de Zuberoa, Nafarroa Beherea y Lapurdi, pero que, salvo contadas excepciones, no pondrán pie en Euskal Herria. Una de esas excepciones la ha pusto esta semana el candidato rebelde, José Bové, que sí ha vuelto a esta tierra que tan bien conoce. No por casualidad es el presidenciable que más apadrinamientos ha cosechado entre los electos vascos.

La visita de campaña ha coincidido con una semana en que la tierra ha plantado cara al discurso. No es fácil cuando la fragancia electoral, con su ensayado márketing, se expande por todos los rincones que otros aromas se sitúen a su mismo nivel. De ahí que a los candidatos les deba resultar un tanto insólita la solicitud del recién creado colectivo antitransgénicos que el viernes por la tarde ocupó las instalaciones de una cooperativa en Aiziritze. En época de siembra, los agricultores piden a Lur Berri que no comercialice semillas de maíz transgénico y a los doce candidatos al Elíseo que hagan suya esa demanda de moratoria sobre un modo de producción que puede tener graves consecuencias sobre la actividad agrícola y también sobre la salud de los consumidores. Se trata de apartar las semillas que amenazan con contaminar la tierra y ponen en peligro el futuro de las gentes que la trabajan, de las que garantizan los cultivos tradicionales y permiten a los agricultores un control efectivo sobre la calidad de su producción. La traslación a la vida política es sencilla, porque, sin caer en el maniqueísmo o en el reparto de culpas gratuito, lo que salta a la vista es que existe a día de hoy una pretensión, peligrosa en extremo para la salud de la democracia, que pasa por sustituir las reglas tradicionales por las transgénicas, de manera que frente a la voluntad popular se abra paso el bloqueo a la participación electoral.

Los responsables de Lur Berri ofrecen seguir vendiendo semillas transgénicas aunque con la garantía, eso sí, de que los campos en que éstas germinen estarán perfectamente delimitados y señalizados, a fin de que no haya consecuencias negativas en otras tierras de cultivo.

Salvadas las distancias, los dirigentes de algunas formaciones políticas vascas parecen participar hoy de esa defensa de la contaminación controlada. Las denuncias de la Ley de Partidos han dado paso en los discursos a los ataques contra el sector político contra el que se creó la antidemocrática norma. La ausencia de una sola idea presente en la sociedad vasca del escenario electoral e institucional tiene un efecto contaminador hacia el sistema mismo de elección y representación. Sin embargo, a juzgar por lo escuchado ayer mismo de boca de representantes de PNV y EA, se diría que estos partidos consideran como un mal menor que el PSOE vuelva a plantar la semilla de la ilegalización, siempre y cuando se acote convenientemente el terreno, para que no haya amenaza... para sus respectivas parcelas electorales.

Un convoy desbocado

Dirigentes de ambos lados de los Pirineos planean inversiones millonarias para surcar el país con los trenes de la prisa. Al norte existe ya un tren que conecta a Euskal Herria con la capital francesa en menos de cinco horas. Se impone la guerra contra el reloj, y ahora la aspiración es sustituir ese servicio por otro trazado, que arrancará tierras de cultivo sin mejorar, por descontado, la vertebración del territorio. El convoy desbocado cabalgará por localidades del interior, pero no acercará a sus habitantes, ya que el objetivo es otro. La infraestructura responde a intereses situados a centenares de kilómetros; el nuevo tren de alta velocidad no se diseña a partir de las necesidades de las localidades en que se detendrá, ni siquiera sus habitantes serán beneficiarios de una infraestructura de alto coste y que, según todos los indicios, no estará al alcance de los bolsillos populares.

Los motivos para recelar no son pocos, pero una frase, escuchada en una reunión de vecinos, a iniciativa del colectivo ciudadano que lidera la pelea ante el tren de las prisas, es reveladora. Pregunta un asistente: «¿qué tiene de malo que con el nuevo tren los vascos podamos llegar en dos horas y media o tres horas a París?». La respuesta la da otro vecino: «no hay nada de malo en que podamos llegar en dos horas y media a París; lo malo es que los parisinos puedan llegar en ese tiempo récord a Euskal Herria». Habrá quien achaque a una visión temerosa del futuro la respuesta pero, con mirar tan sólo al grave problema de la «incautación» de tierra agrícola por parte de inmobilirias que se vive en Nafarroa Beherea y Zuberoa, se pueden comprender mejor los temores de un país pequeño, sin instituciones soberanas y con una economía frágil y de por sí muy supeditada al turismo ante el proyecto de que una enorme metrópoli, con un poderío económico y una superioridad demográfica aplastantes se sitúe a tan corta distancia.

Al menos, habrá que convenir en que la iniciativa que encarnan esos ciudadanos que ayer marcharon desde Irun y Hendaia, reclamando un debate social sobre la nueva infraestructura ferroviaria que asoma por el norte y por el sur, está sobradamente justificada, a la luz de los numerosos impactos del trazado de alta velocidad. Sin embargo, la democracia participativa cuenta bastante poco en la planificación del territorio.

Tampoco prima el diálogo en el escenario político en general. Desde instancias gubernamentales se levanta una barrera tras otra para impedir la celebración de unas elecciones democráticas. El convoy de la ilegalización quema etapas, guiado por la ambición de demostrar su superioridad a cualquier precio. Ante el grave riesgo de que el tren descarrile, se impone hoy despachar esas prisas malsanas, poner los pies sobre la tierra y abrir una reflexión cuya prioridad sea que ese viaje, cuyo destino es una paz justa y duradera, se produzca en condiciones seguras y sin continuos sobresaltos.

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